Capítulo 4: Matando el tiempo...
Estaba feliz de que me hubiesen encerrado con los chicos peligrosos y por suerte en solitario, la celda era más cerrada que las de los crímenes menos penalizados, y eso me dejaba aislada... lo que en realidad no importaba mucho, porque hacia ese lado la gran vista era un pasillo gris.
Cuando me habían metido no había podido evitar soltar un ''ja'' al leer el número de la celda, era un seis.
Me dolían las piernas pero eso no evitaba que diera vueltas de un costado al otro en esos cuatro metros cuadrados pateando la tarima que hacía de cama cada vez que me la topaba, y solo llevaba una semana dentro. Me iba a morir.
Para matar el rato hacía ejercicio, me despertaba en automático de madrugada y hacía aeróbicos, entre ellos saltar de la cama al piso y viceversa y aquellos ejercicios que me hiciesen sudar, y lo hacía para aprovechar la ducha de la mañana. Era terrible. Por suerte para mí los baños, aunque grupales, estaban separados por género, y compartía ese cuarto de ducha con otras once mujeres que estaban en esa sección de la cárcel. No me gustaba ese momento, me miraban mal y yo a ellas, yo estaba fuera del grupo y era un blanco, pero no habían intentado nada hasta el momento, creo que mis músculos estaban haciendo el trabajo de intimidación, mayor razón para no dejarles aflojarse.
Nada era agradable allí dentro al menos para mí, aunque ya había oído que los nuevos son la carne de cañón, o te aliabas con alguien o te hacían ir lamiendo traseros, bueno, yo no iba a hacer ninguna de las dos.
Llevaba el uniforme naranja fosforescente con el cierre hasta debajo de forma que ataba las mangas en mi cintura y me quedaba con la polera blanca de tiritas, al menos en mi celda, afuera a los guardias nos les gustaba ningún signo de rebeldía y te ganabas una amenaza de golpe si lo intentabas.
El desayuno y la once lo pasaban en mi celda, un pulcra bandeja con un menú variable, eso daba igual, nada tenía mucho sabor, ni color... ni forma definida.
Pero el almuerzo era otra cosa, más o menos a las dos de la tarde las rejas se abrían solas, eran mecánicas, y unas flechas luminosas en las paredes nos indicaban el camino, habían guardias armados en todas las puertas y muchas cámaras. Terminábamos en una gran sala, también gris, llena de mesas blancas rectangulares... y demonios que había sido complicado, ahora mismo acababa de cruzar la puerta y sabía qué me esperaba; busqué mi bandeja y cuando la llené di una mirada a las mesas, las últimas veces un grupo en específico me había estado mirando a mal y me tenían nerviosa, me senté tratando de parecer invencible y comencé a comer despacio, como si degustase cada bocado, si me lo tragaba todo era muy obvio que estaba algo asustada... Sentí una presencia detrás de mí, no me volteé, solo arrugué el ceño y seguí masticando.
-¿Se te ofrece algo?
Gruñí, la verdad eran tres, pero le hablaba al que se había puesto frente a mí, sentado como si nada, era una tapadera, su aura de malas intenciones era casi visible, los otros dos estaban a mis espaldas y tenía mi atención dedicada a ellos.
-Esta es nuestra mesa, lárgate... y deja la bandeja.
Mierda, esto me sonaba al orfanato. Me pregunté si los guardias intervendrían en una pelea, y si me ponía a pegarle ¿me iban a recluir más? Como no estaba segura de las reglas del juego decidí no dar el primer golpe.
-No veo tu nombre, pedazo de idiota.
Seguí masticando.
-Te va a ir mal si no aprendes tu lugar, nuevita.
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Cambios de Rumbo
Fanfiction¿Quién tiene el derecho de decir que no puedo cambiar? ¿que no puedo ser una mejor persona? ¿quiénes se creen para decirme a mí que no soy capaz, de mirarme por encima del hombro y decir que son mejores que yo? Les demostraré lo contrario... o los d...