Bajo los escalones lentamente, escuchando los murmullos quejosos de quienes se encuentran detrás de mí. Quiero apurar mis pasos, tengo toda la intención de hacerlo, pero al parecer mis pies no están de acuerdo con las órdenes que mi cerebro les envía. Mis pies se mueven tan lento que, de un segundo al otro, soy yo quien se suma a los quejidos de los demás.
Al terminar de bajar el último peldaño, me deslizo a un lado del camino para no impedir el paso de los pasajeros malhumorados. Soltando un largo suspiro, miro hacia arriba, hacia el avión. En el cassette número 10, minuto 22, ella me contó sobre una película que había visto ese día, vuelo 93, y me confesó su temor a las alturas pero que, sin embargo, le gustaba pararse en el borde de la terraza del edificio construido en medio de la ciudad y mirar hacia abajo. Le agradaba no sentirse capaz de caminar en el aire desde ese punto, poder llamarse a sí misma cobarde por no realizar un espectáculo de 30 pisos para los ciudadanos que vivían su día a día sin enterarse que una chica los observaba con sus ojos negros vacíos. O eso me decía ella en las primeras cintas, porque en los últimos audios no parecía tan convencida de no creerse capaz de volar.
Me pregunto si tengo tiempo de volver. Quizá podría renunciar a todo, pedir un vuelo a casa y dejar la historia quemando mi cabeza por el resto de mi vida, pero sólo ahí, sólo en mi mente.
Sí que tengo tiempo.
—Muévete —Escucho que alguien dice detrás de mí. Me sobresalto ligeramente y me quedo observando a la chica de fastidiados ojos marrones.
"La gente en la calle está cada vez más insoportable. Me levanté de buen humor hoy, ¿sabes? Juan no estaba en casa y Adriana salió muy temprano, así que fui al supermercado a comprarme algo de café. Miré con una sonrisa a una chica, ¡con una sonrisa! ¡Yo!, y me dijo '¿qué te pasa?' Que se vayan todos a la mierda."
Y luego de eso había soltado una risa. Fue la primera vez que la oí reír. Siempre encontraba su voz algo hueca, sin emoción. Supongo que después de todo lo que reveló en los cassette siguientes no estaba sorprendido por ello.
— ¿Qué miras? —exclama la chica, pasando por mi lado y chocando violentamente su hombro con mi codo. Deduzco que esa no era su intención, que iba a por mi hombro, pero la altura no la ayudó demasiado.
Una vez más solo, me encamino a buscar mi maleta. Tengo tiempo de volver a casa, sí, pero no lo haré, sé que no lo haré.
Bajo mi vista a mi muñeca, descubriendo enseguida aquella pulsera horrible que ella había dejado para mí en la caja, y sonrío. Representa un trofeo, una medalla de orgullo y reconocimiento por ser el único en el mundo en conocerla verdadera y profundamente; ella se aseguró de ello, de que el extraño que la oyera fuera el experto predilecto de Amanda Leila Fernández.
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Amanda
Teen FictionHubo una vez una chica que grabó su vida en varios cassette y los enterró Hubo una vez un chico que, años después, los encontró.