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Dedicada: 

Siento que mis manos se agitan desmesuradamente mientras arrugo el mensaje con los dedos, tengo grabada cada letra en la cabeza pero se mueven a modo de huracán por mi mente, impidiéndome pensar con claridad y crean una bruma espesa que me provoca vértigo. Apenas puedo soportar las casi incontenibles ganas de vomitar.

Cierro los ojos con fuerza por un instante que me parece interminable. Faltan dos días para Navidad y la fiesta de celebración será aquí, en mi casa. Toda mi familia estará presente y será la primera vez ­en que veré a mi hermano Tate, después de más de tres años. Quizá debo armarme del más profundo valor que emane de mi interior, desafiar el miedo y así impedir que pueda pasarme algo a mí o a cualquier miembro de mi familia. Pero, ¿cómo?, la incertidumbre me consume y opto por la única opción lógica del momento.

Estiro el brazo y cojo el teléfono que está sobre la mesita de noche, desbloqueo la pantalla y tecleo sobre su fotografía para comenzar la llamada.

– ¿Aló? –me dice su voz y las ganas de llorar me cierran la garganta.

–Tienes que ayudarme, te veré aquí en diez minutos –digo tan rápido como puedo para evitar que el llanto me haga perder el entendimiento.

– ¿Está todo bien?

–Sólo ven con mucho cuidado –corto la llamada y espero.

Los golpeteos sobre la puerta me obligan a despertar. No sé cómo conseguí caer dormida sobre el felpudo de mi habitación con tal rapidez, que pareciera ser todo lo anterior forma parte de una pesadilla más. Me tallo los ojos con fuerza y la piel de alrededor comienza arder un poco. Parpadeo varias veces y mi visión se aclara.

¡Toc, toc, toc!

Los mismos golpes secos en la madera maciza de mi puerta me recuerdan que debe estarme esperando en la entrada. Me levanto cual resorte y corro escaleras abajo, dejando que mis pies desnudos se congelen de nuevo gracias a la baja temperatura. Echo un vistazo rápido por la mirilla y ahí está. Lleva una abrigadora chamarra que le calienta la parte superior del cuerpo, mientras sus manos reposan en el interior de sus bolsillos.

Abro la puerta, tomo su hombro y jalo su cuerpo entero al interior de mi hogar. En cuanto ha pasado totalmente, cierro la puerta con cada seguro que tiene. Escondo la llave dentro de mi vestimenta y me percato de que cada cortina y ventana se encuentre cerrada a la perfección.

– ¿Es que te has vuelto loca? –me dice sin dejar de observar cada uno de mis movimientos.

Ignoro su cuestionamiento, le tomo la mano y subimos rápidamente las escaleras. Entramos a mi habitación, atrincherándonos para mayor seguridad. Después de asegurarme que no haya nada fuera de lo común dentro y fuera de mi habitación –mirando por la ventana, que da a Shametown Avenue – tomo aire y me dejo caer sobre el colchón. Suspiro, en un intento de deshacerme de la desesperación que me desgarra las entrañas.

Me siento al borde de la cama cuando me he repuesto. Saco la nota que me guardé en el bolsillo trasero de los pantalones del pijama y se la entrego sin pronunciar palabra alguna.

La sostiene y comienza a desdoblarla, sus ojos me señalan que ha comenzado a leer el dorado mensaje y el cambio en su semblante, me señala que ha terminado de leerlo.

– ¿Qué es esto? –se sienta a mi lado y arroja lejos el papel.

–Me lo dejaron en la puerta, esta mañana. Lo vi, apenas salía para el trabajo cuando alguien tocó mi puerta... entonces sólo me encerré, no supe que más hacer. –Explico con la mayor calma que puedo pero mis manos no se detienen, no paran de temblar.

–Tenemos que ir con las autoridades, Sophia. –Exclama y se queda admirando el vacío, mientras piensa, me supongo.

– ¿Para qué? Tú sabes que ellos no confían en mí... desde lo que pasó aquella vez cuando me tomaron como principal sospechosa y se vieron obligados a soltarme... –,trato de continuar pero un estruendo aleja cada recuerdo.

Los dos nos arrojamos hacia donde está la ventana y asomamos medio rostro. Al parecer uno de mis torpes vecinos ha chocado su auto contra una camioneta.

– ¿Alguien ha estado molestándote? –pregunta cuando nos incorporamos del suelo y se sacude del pantalón, tierra imaginaria.

–No, pero... –suelto aire –, anoche soñé con esto. La misma nota, la misma situación pero desperté antes de saber más. Apenas leí el mensaje cuando ya estaba jadeando empapada en sudor, sobre las cobijas.

–Otro sueño.

–Lo sé.

Usualmente cuando un sueño se me presenta, no tarda mucho en volverse realidad. Ese tipo de «don» lo tenía mi abuela, mi madre lo heredó y ahora que yo lo poseo, no me parece más que una desafortunada maldición... me he metido en interminables problemas debido a este «talento» y desde aquella vez decidí no hacer público nada de lo que predigo al dormir. Nada.

–Quizá si duermes un rato más puedas descubrir que mierda pasa después de leerte la nota... –dice en un intento desesperado de encontrar respuestas.

–Tú sabes que las premoniciones sólo pasan una vez por sueño, además, caí dormida antes de tu llegada y... no soñé nada. Ninguna cosa que recuerde –doy vueltas por la habitación con mis dedos pellizcándome los labios.

– ¡Tú siempre sueñas, no hay día en que duermas en blanco!, el que no hayas soñado con nada podría significar... –se muerde el labio y sus ojos casi salen de sus cuencas.

–Que esa fue la última visión, moriré... – completada su frase, ambos asentimos al mismo tiempo.









La Navidad de mi Vida | Destacada | Diciembre 2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora