XIV
El bosque de gomeros. - El antílope azul - La
señal de
reunión. - Un asalto inesperado. - El
Kanyemé. - Una
noche en el aire. - El Mabunguru. -Jihoue-la-
Mkoa. -
Provisión de agua. - Llegada a Kazeb
El país, árido, seco, formado de una tierra
arcillosa que el calor agrietaba, parecía
desierto. De vez en cuando se encontraban
algunos vestigios de caravanas, osamentas
blanquecinas de hombres y animales, medio
roídas y mezcladas con el polvo.
Dick y Joe, después de una media hora de
marcha, se internaron en un bosque de
gomeros, al acecho y con el dedo en el gatillo
de la escopeta. No sabían con quién tendrían
que habérselas. Joe, sin ser un tirador de
primera, manejaba bien un arma de fuego.
-Caminar sienta bien, señor Dick, aunque el
terreno que pisamos no es muy cómodo -dijo
Joe, tropezando con los fragmentos de cuarzo
de que estaba sembrado el suelo.
Kennedy indicó con un gesto a su compañero
que callase y se detuviese. Faltaban perros, y
la agilidad de Joe, por mucha que fuese, no
equivalía al olfato de un pachón o de un
podenco.
En el lecho de un torrente, en el que quedaban
algunas aguas estancadas, saciaba su sed un
grupo de unos diez antílopes. Aquellos
graciosos animales, olfateando un peligro,
parecían inquietos; entre sorbo y sorbo de
agua, levantaban la cabeza con azoramiento,
husmeando con sus hocicos las emanaciones
de los cazadores.
Kennedy rodeó unos matorrales, en tanto que
Joe permanecía inmóvil. Llegó a tiro de los
antílopes y disparó su escopeta. El grupo
desapareció rápidamente, quedando sólo un
antílope macho que cayó como herido por un
rayo. Kennedy se precipitó sobre su víctima.
Era un magnífico ejemplar de un azul claro,
casi ceniciento, con el vientre y la parte
anterior de las patas de una blancura
deslumbradora.
-¡Buen tiro! -exclamó el cazador-. Es una
especie de antílope muy rara, y espero poder
preparar su piel para conservarla.
-¿Qué dice, señor Dick?