Carta 5: "El Exorcismo".

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"Te desposaré conmigo para siempre;

sí, te desposaré conmigo en justicia y en derecho,

en misericordia y en compasión" (Os II, 19)

Miriam:

A la puerta de la sinagoga permanecí ocupando el lugar de siempre, sentado sobre la tierra al costado del escalón principal. Sin levantar la vista, puedo distinguir el extremo inferior de los ingresantes a quienes reconozco por los detalles de sus pies y de sus calzados. A todos les entrego el pedazo de lienzo que me arreglas cada sábado para colocar en los asientos como protección de sus túnicas. El primero en llegar y en saludarme amistosamente es el sacerdote Gamaliel. Sus pies lucen blancos como la nieve, y perfumados como árbol de jazmín. Luego aparece la multitud de los ancianos a quienes advierto por su lento caminar y por sus chanclas de cuero vacuno. Escucho sus risas y murmuraciones percibiéndose más intensas cuando se arriman a sacarme el lienzo de la mano mientras me palmean el hombro.

Finalmente llegan los piadosos, quienes muestran sus pies agrietados y enmarcados por el contorno negro de sus mantos, huelen a cuervos sudados y hablan por bajo palabras estudiadas que sólo ellos entienden. Todos me entregan un denario como dádiva, menos éstos que ni siquiera me saludan.

Pero al servicio de hoy llegaron unos pies desconocidos. Venían del sur acompañados por el aroma húmedo del mar. Rudos, curtidos por el agua, el polvo y el viento. De paso firme y estridente como el de los caballos romanos. Calzados con sandalias de cuero de cabra, camello y oveja, exhibiendo abiertamente todos los dedos y el empeine ajado. Eran unos trece hombres. Un par de pies, los más pequeños, se aproximaron hasta el pórtico y una voz poderosa me llamó: _ ¡Hermano, levanta tu rostro, mírame!-

Un escalofrío bajó por mi espinazo y un temblor sometió enteramente mi cuerpo. Desde que cumplo este servicio en la sinagoga jamás me he animado a mirar ni con el rabillo del ojo al rostro de los creyentes. Soy un pobre pecador, un impuro y desconozco de las cosas de Dios. Mirarlos significaría entablar cierto tipo de relación con ellos, y ningún santo toleraría amistad con un impuro como ningún hombre sano estrecharía la mano a un leproso. Por eso miro al piso. Temo que los fariseos en algún momento me expulsen de acá y me quede sin mis denarios.

La vos fue insistente y demandante: _ ¡Mírame! ¿Cómo te llamas?-

Levanté mis ojos con santo temor y divise a un galileo moreno que luminosamente me sonreía.

-¿Qué haces vencido en el piso?- Me preguntó.

Su cuestionamiento me incomodó e hice un espontáneo esfuerzo por ponerme de pie, pero no pude y entonces el galileo me agarró con fuerza por la espalda y me ayudó a levantar.

El grito del caminante hizo que algunos fariseos salieran de la sinagoga sorprendidos de que estuviese de pie.

-¿Qué haces? - le preguntaron los fariseos - Este hombre es un endemoniado y mejor se mantenga tranquilo allí sentado-.

El forastero se encendió y comenzó a increparlos quedándose casi sin aliento: _ ¡No hay demonio que pueda apoderarse del corazón humano a no ser la ambición y la soberbia! ¡A ustedes les conviene que este hijo de Dios esté acá tendido, de otro modo, deberían hacerle lugar en sus vidas y compartir con él bienes y talentos! ¡Más provechoso para ustedes conjurarle un demonio que tratarlo como un hombre libre y como un hermano!-

_ ¡No hables de ese modo a los honorables, yo estoy bien así! - lo interrumpí con timidez a sabiendas de su verdad, pero con miedo a perder mi sustento.

-Honorable, solo es Dios – me respondió- ¡El único sometimiento que te aqueja es darle crédito a sus mentiras y el apego sus miserables limosnas!-

¡Ven con nosotros! – Me dijo – el Dios de los humildes guía nuestros pasos. No tenemos monedas para darte, pero si podemos compartirte de nuestro pan y ayudarte a pescar para los tuyos-.

Observé que los fariseos me contemplaban con odio mientras que el galileo, junto con su grupo, lo hacían reconociendo en mí un valor desestimado. En ese momento sentí que el demonio, al que temían los hombres religiosos, abandonaba mi cuerpo arrastrándose por el piso como un reptil. Entendí que ser libre es decidirse. Sacudí el polvo de mi túnica, limpie las palmas de mis manos, y me dirigí hacia los misioneros.

Este grupo, acorde a sus corazones, ofrece un modo distinto de ser humano. El demonio de la sinagoga era muy poderoso, sujetaba con cadenas mi lozanía y subyugaba mi cabeza a ras del piso, pero el poder del espíritu de galileo fue extraordinario abatiendo al tirano y afirmando resueltamente mis pies sobre el suelo.

Te espero camino a Betania, trae una muda de ropa y algo de fruta. Olvídate de los lienzos, ya no los necesitamos.

Te quiere como siempre.

José.


"JESÚS DE NAZARETH Y LA COMUNIDAD LIBERTARIA" 20 Cartas sobre el Reinado de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora