Carta 8: "La Fiebre".

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A mi amada Mónica.

"y ofrecieron aquel día grandes sacrificios

y se regocijaron porque Dios les había dado gran alegría,

también las mujeres y los niños se regocijaron;

y el regocijo de Jerusalén se oía desde lejos". (Neh XII, 43)

Ruth:

He juntado los lirios perfumados del huerto para que adornes la mesa de tu casa y te llevo unas hojas de menta par calmar el ardor de tu catarro.

Ansío sentarme a tu lado para contarte lo acontecido con Jesús de Nazaret. Simón lo trajo a casa con sus seguidores después de una jornada extenuante de pesca y de predicación.

Entró junto a Santiago y Andrés, se quitaron los hábitos y las sandalias para lavar sus pies, mientras me saludaban con estima. Prontamente colmé de agua la vasija para ayudarlos en el aseo. Pero Jesús captó la congoja en mis ojos. Tomó con ternura mis manos y mirándome fijamente me dijo: _ ¡La fiebre que tienes no te deja ser feliz!

Me sorprendió su afirmación y me sentí interiormente aliviada. Por primera vez alguien discernía con acierto mi sufrimiento y se interesaba delicadamente por mí.

_ Desde siempre me acompaña esta fiebre – le respondí – algunos días puedo soportarla con paciencia, otros es tan penetrante y aguda que me arrolla cruelmente a la cama-.

_ La fiebre que te agobia – me dijo – puede ser sanada-.

_Instrúyeme en la cura – le respondí con exaltación.

_ Pon la mesa a la entrada de la puerta – me indicó con mesura - siéntate en la silla y cierra tus ojos con fe-.

Hice lo que me pidió, me abandoné a su convicción y dejé caer livianamente mi cuerpo sobre el asiento.

Un silencio breve acompañó la disposición. Sentí abrirse lentamente la escotilla y el susurro de Jesús sobrevino como brisa del verano abrigándose en mis oídos: -"abre tus ojos y la fiebre se marchará" – me dijo.

Mi visión se fue enfocando y ágilmente comencé a distinguir una multitud de indigentes que esperaban ser atendidos. Venían a buscar a Jesús pero él, de algún modo, me los estaba confiando. No comprendía que vinculación podía tener toda esa muchedumbre con la curación de mi fiebre: mujeres con niños hambrientos en brazos, campesinos con rostros sufridos, enfermos tumbados en camillas y gimiendo de dolor.

Jesús me miró con devoción y me dijo: _ ¡Ayúdame a ayudarlos! Escúchalos con atención y piensa que podemos hacer por ellos-.

No sabía cómo proceder y comencé invitando a las mujeres se sentaran alrededor mío. Simón me acercó una jarra con agua fresca y serví un tercio a cada una mientras me compartían sus necesidades. Estuve hasta casi el anochecer dialogando con la gente e intentando encontrar con ellos una solución a sus dolencias. Cuando fui a acostarme noté que la fiebre se me había quitado y el corazón se me había ensanchado de una inusual alegría.

Desde ese día no he dejado de acompañar a los hermanos que se agolparon a mi puerta. La ocupación desmedida de mi misma despertaba la fiebre. El interesarme por las necesidades de los otros ha significado mi cura.

Soy una mujer distinta, la dicha florece día a día en el cantón de mi jardín.

¡Este Nazareno es muy milagroso! ¡Deberías conocerlo!

En unos días llegaré a Judá, te abrazaré largamente y podrás comprobar tu misma el milagro cumplido alumbrada por el brillo de mis ojos.

En el día tercero, aguárdame cerca de la higuera. ¡Allí nos reencontraremos!

Tu querida amiga.

Noemí.


"JESÚS DE NAZARETH Y LA COMUNIDAD LIBERTARIA" 20 Cartas sobre el Reinado de DiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora