Tenía el pelo negro, le caía rebeldemente por la frente y unos ojos grandes tan oscuros, podría quedarme siglos mirando ese profundo marrón de su mirada. Los labios ligeramente entreabiertos, gruesos y de un rosa poco común precioso. Tenía unas cejas bien perfiladas y unos pómulos marcados.
Podía distinguir el color de su piel por la cara ya que el resto de su cuerpo lo tenía tatuado, los dos brazos y el cuello. Contemplarlo era mejor que un poema de Becquer.
Tenía unos gestos de superioridad, miraba a todos por encima del hombro, parecía molestarle que ellos respiren el mismo aire que él. Nadie le sostenía la mirada, todos agachaban la cabeza ante su intimidante mirada.