Capítulo cinco.

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-Quítate la camiseta- Dije firme.
-Pero debajo sólo tengo el sujetador.
Ya dice frases enteras y todo pensé.
-Lucía quitatela.
Y eso hizo se quitó la camiseta y se sonrojó al instante.
-Tumbate- dije mirándola fijamente.
-Y..yo soy vir..virgen Hugo.
Reí y menee la cabeza hacia los lados.
-Tumbate Lucía y te explico, no me hagas repetirtelo todo dos putas veces.
Me tumbé encima de ella y empecé a besarla, se opuso y empezó a gritar. Joder es insoportable. Me dieron ganas de estamparla contra la pared, en cambio susurré.
-Tranquila pequeña.-
Al instante se relajó y me correspondió el beso. Sauqé la cuchilla de mi bolsillo y me separé ligeramente de ella.
-No te muevas Lucia o será mucho peor-
La miré a los ojos y después bajé los ojos a su abdomen. ¿ Y sabéis qué? No gritó al ver la cuchilla en su abdomen, sólo cerró los ojos, apretó la mandíbula y empezó a llorar en silencio. Apenas la oía y antes de empezar besé cada lágrima y susurré
-Valiente mi niña-

Narra Lucía.
Cuando me preguntó si queria calmar los demonios de mi cabeza para nada me imaginé esto. Pero no tengo fuerzas para luchar contra el. Sólo lloro intentando hacer el menor rudio posible para que no se enfade. ¿Sabéis lo peor? Lo peor es que estaba a punto de hacerme daño y yo sentia mariposas en mi interior por tenerle encima.
Cuando sentí el frío metal enterrarse en mi piel chillé y me agarré a su camiseta.
Fue bajando por mi abdomen enterrando la cuchilla cada vez más. Fue ahí cuando lo entendí, el quería hacerme daño físico para que me olvide del psicológico.
Y en el interior de mi ser se lo agradecí. Desde ese momento supe que había algo mal en mi pero había algo mucho peor en el.
Nunca antes había sentido tanto dolor y nunca antes había visto tanto placer en la mirada de alguien al herir a otra persona.
De repente paró y de su boca salió un
-De nada pequeña-
Me dió un beso, el beso más delicado que me habían dado en mi vida, secó una lágrima que caía por mi mejilla y se fue.
De alguna forma conseguí levantarme la herida era muy profunda, no paraba de sangrar, era un dolor tan jodidamente difícil de aguantar. Llegué al espejo y mis ojos no podían creerlo. Tenía mi largo cabello rubio totalmente despeinado, el maquillaje corrido de tanto llorar, el cuello rojo lleno de chupetones, pero nada de eso estaba comparado con mi abdomen totalmente destrozado con una profunda raja en el medio. No pude más, cogí un cuadro, era un retrato en el que salíamos mi familia y yo, lo agarré por la esquina y empecé a dar golpes contra el espejo mientras mi herida se abría más y más. Muchos de los cristales se me clavaron en los brazos y mi infantil habitación con las paredes lilas quedó totalmente destrozada con restos de sangre por todos lados. Esa noche decidí dormir en la habitación de invitados y ¿Sabéis que? Soñé con sus labios sobre los míos.

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