5. Beso

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Pasaron los minutos después de ese incidente y la culpa me carcomía los putos huesos. Lo habían humillado, y luego yo me había unido a ello. Lo mío tenía justificación, es decir, él me había utilizado como si yo fuera un objeto sobre una repisa. Reece parecía un estanque sin fondo. El alcohol que consumía podría dejar a cinco chicos mareados. Una breve conversación con Gia me había abierto el corazón para ayudar a un infeliz que lo necesitaba. Así es, lo iba a llevar a su casa para que no siguiera avergonzándose a sí mismo en aquella fiesta que a mi parecer, ya se había acabado.

—Dame las llaves de tu auto.

—Pequeño ángel, lo lamento. No puedo dártelas. El auto es mío y si te lo doy yo... ya noooo lo tendré... ¿tú entiendes? —rodé los ojos al escucharlo.

—No estoy jugando.

—¿Por qué no te gustó mi besito? —hizo un puchero.

—Porque eres un imbécil. Las cosas no se toman sólo porque deseas tenerlas.

Se quedó en silencio y me entregó las llaves de su auto sin protestar. Con mucho esfuerzo, logré sentarlo en el asiento copiloto. Revisé mi celular cuando este vibró.

Giababe

7 Giralda Walk. Queda en vecindario Napoles. Es la primera casa. No te preocupes, la reconocerás. Es la casa más grande del lugar. De hecho, es tan grande que parecen tres jodidas casas juntas. 01:34

Durante el trayecto hasta su casa, no abrió la boca ni para respirar o bostezar. Me incomodaba muchísimo el silencio, pero tampoco podía andar de curiosa y tocar los botones de la radio de su auto. Cuando entré en su vecindario encontré inmediatamente dicha casa. Era muy parecida a la de su hermano, sólo que esta era de color café y no blanco. Ayudé a Reece con su fallido intento de caminar solo. Su brazo quedó sobre mis hombros mientras yo tiraba de él desde su cintura.

«Maldición, como pesa.»

Una vez que abrí la jodida puerta de su casa que casi me desgarró el brazo, acomodé a Reece en el sofá de su sala de estar. Él seguía estando callado. Quería preguntarle qué demonios le había picado, pero no tenía sentido.

—Perdón por besarte sin tu consentimiento. —susurró con los ojos cerrados.

—Bueno. Debo irme.

—Quédate, por favor—rogó—. No puedes irte sola a estas horas de la madrugada.

Era cierto. Aunque el vecindario Belmont Shore quedaba a unos cuantos minutos de la casa de Reece, no tenía como jodidos regresar. Napoles no era un lugar intranquilo, pero tampoco podía exponerme a los peligros de la noche. A veces odiaba ser mujer y ser el objetivo principal de las personas enfermas y morbosas.

—No lo sé...

—Por favor... —suplicó.

—¿Y con qué dormiré?

—En mi armario de mi habitación hay varias camisetas largas y hay un baño también. Prometo no espiarte.

«Su habitación...»

—Está bien.

Cuando llegamos a la habitación, tuve que tomarme unos minutos para descansar. Reece era un peso muerto. Estaba tan borracho que apenas lograba respirar por sí mismo. Arrastrarlo por las escaleras y acostarlo sobre su cama había sido una verdadera odisea. Antes de caer en algo que parecía ser un coma, se quitó la chaqueta cortavientos. Mi estómago se contrajo cuando los mismos tatuajes de Rhys se encontraban en los brazos de su gemelo. Traté de que mi cabeza no explotara tratando de averiguar quién de los dos había robado mi alma aquella mañana en el estacionamiento. Lo observé desde lejos. Quise reír al verlo. Me atrevería a decir que tardó tan solo unos minutos en dormirse. El ventanal frente a su cama era precioso y brindaba luz natural a la habitación. La luna se veía enorme y brillaba con muchísima intensidad desde ese ángulo. Comencé a tantear las paredes para encontrar el interruptor de la luz. Una vez ubicado, encendí todas las luces de la gran habitación blanca y me dirigí al espacioso armario de Reece. Sí que le agradaba ir de compras. Tomé la ropa que él me había indicado anteriormente. Primero dudé un poco. Estaba por dormir con un chico desconocido que podía ser un asesino o violador.

—Estúpida, estúpida, estúpida...

Entré al baño que estaba en un rincón de la habitación con la camiseta negra y el pantalón chándal blanco. El baño era muy lujoso y grande. Después de cambiarme, estuve bastantes minutos observando mi rostro frente al espejo. Tenía miedo de que todo saliera mal y despertara muerta en la mañana. Reece estaba despierto cuando mis pies cruzaron el umbral de la puerta. Mi corazón latía desbocado ante su mirada.

—Mi ropa luce mejor en ti.

Mis mejillas adquirieron un vergonzoso color rojo. Él, por supuesto, se deleitó viendo lo que provocaba en mí. Apreté mis labios al desviar la mirada de la suya. Caminé hasta la cama en la que él estaba acostado. Cada paso que daba se escuchaba como un horrible eco en mi mente. Reece se giró sobre la cama para poder observar mi perfil de un ángulo mejor. No quería hacer contacto visual, por lo que mis ojos permanecían fijos en el techo de la habitación. Su mano trató de tocar la mía. Por reflejo involuntario, aparté la mía con brusquedad.

—Lo siento.

—No te preocupes —suspiró—. Entiendo que después de lo que hice creas que soy una bestia con las chicas.

—Fuiste un imbécil. Lo que hiciste no estuvo bien, pero te perdono.

—Gracias.

—¿Cómo... te sientes? —me atreví a preguntar.

Las lágrimas amenazaban con escaparse de los bordes de sus ojos. Era una pregunta demasiado estúpida, lo sabía, pero mi curiosidad me había ganado. La culpabilidad me embargó. Mi mano temblaba mientras se acercaba a su mejilla. Cerró los ojos ante mis caricias.

—Ella lo era todo para mí. Darcy era mi vida entera —murmuró con la voz temblorosa—. Muchas personas decían que yo le despojaba a aquél watusi que ganó el récord Guinness a los jodidos cuernos más grandes del mundo.

—Reece, no sé qué decirte y para ser sincera, no sé de qué demonios me estás hablando.

—¿Hay algo mal en mí?

—Reece, no sirvo para esto. Ni siquiera te conozco.

—Lo sé, lo siento. Sólo me gustaría saber... ¿por qué no te gustó mi beso? ¿por qué no quisiste besarme?

—Porque valgo más que eso, Lagerfeld.

Esa respuesta lo dejó mudo. No tenía impedimentos. Era una mujer libre y podía hacer lo que quisiera con mi vida, incluso cogerme a Reece, pero mi primera vez no sería con el borracho hermano gemelo del chico con el que casi me había besado hace algunas horas. ¿Por qué estaba pensando en coger con él ahora? ¿qué pasaba conmigo? Sonaba como una desesperada. Me levanté de la cama. Estaba furiosa con él y conmigo.

—¿A dónde vas?

—Dormiré en algún sofá.

—No es necesario —se apresuró a decir—. Puedes dormir en la habitación que está junto a esta. Prometo no molestarte.

—Bien.

—Peyton, yo... —levanté la palma de mi mano para obligarlo a callarse.

—No digas nada. Sólo duérmete.

Tomé la perilla de la puerta entre mis dedos. Mi mandíbula estaba tensa y comenzaban a dolerme los dientes. Gracias a una larga respiración profunda, pude relajar mi cuerpo. La voz de Reece inundó mis oídos. Podía sentir la vergüenza y el arrepentimiento emanando de su cuerpo. Cerré los ojos mientras dejaba que sus palabras fluyeran sin interrumpirlas.

—Nunca fue mi intención hacerte sentir así.

«Pero lo hiciste.»

—¿Qué no habíamos acabado ya con este tema?

Mi voz sonó muy arisca y seca. No me agradó, sonaba como si estuviera a la defensiva y me dejaba a mí misma en evidencia.

—No quise hacerte daño. —alcé una ceja mientras giraba levemente mi cabeza para mirarlo.

—Se necesita mucho más para hacerme daño, Reece. No te confundas.

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Between lovesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora