Blair se sumergió placenteramente en las tibias aguas del jacuzzi de su jardín. Colocó el vaso y una botella de whisky medio vacía en el borde de la tina junto a él mientras se deleitaba con la vista de la ciudad de Los Angeles desde su residencia en Beverly Hills. Sobre él, la luna llena ofrecía un pálido brillo plateado que contrastaba con el azul nocturno del cielo. Noches como estas estaban cargadas de nostalgia y él era justo el tipo de tonto romántico que las disfrutaba.
Blair gruñó y se sumergió más dentro de la tina, dejando que los chorros de agua a presión masajearan su espalda. Había esperado toda la tarde por aquel momento; un vaso de whisky y un baño relajante para calmar su mente era lo que necesitaba. En cambio se encontró a sí mismo pensando en la pequeña fierecilla llamada Charlotte Gutiérrez.
Aquella mujer era terriblemente obstinada, pensó Blair con una sonrisa. Tenía que admirar su temple y sus agallas. Lo había retado de todas las formas posibles ni una vez mostró signos de vacilación en sus esfuerzos por reclamar el puesto de aprendiz como suyo. Y para completar era malditamente atractiva, con esa piel suave y esos grandes ojos avellana enmarcados en pestañas tan largas que le rozaban las mejillas cada vez que parpadeaba.
De cuerpo tampoco estaba nada mal. Con su figura esbelta y saludable, y a pesar de su cara de niña, su cuerpo revelaba que Charlotte era una mujer de verdad, con curvas en los lugares indicados, justo como a él le gustaban.
Blair tomo el vaso y bebió un largo sorbo del amargo líquido. Lo mantuvo por un instante en su boca antes de tragar, sintiendo como el alcohol le quemaba la garganta lentamente.
Charlotte Gutiérrez siempre había deseado trabajar bajo su mando, ser tocada por él. Y aún sabiendo exactamente a qué se refería, escuchar esas palabras siendo pronunciadas por esa boca tentadora le había encendido la sangre. Aunque honestamente, tampoco le habría importado que sus palabras significaran otra cosa. Tal vez cometía un error al admirarla de aquella forma, dado que apenas era una chica, pero él era un hombre, y hombre al fin, sin importar la edad, habría hecho lo mismo.
La señorita Gutiérrez era una mujer hermosa, sin duda alguna. Incluso sentado allí, observando el paisaje nocturno, podía recordar con claridad la suave piel de sus muslos asomándose por debajo de su falda. Por un instante había deseado poder tocarla y sentir esa suavidad con sus propias manos, pero estaba seguro de que la chica se habría escandalizado de haber siquiera escuchado sus pensamientos. Charlotte no se imaginaba cuánto lo había excitado en aquel entonces, y cuánto lo estaba todavía.
Blair se recostó en el cabecero. De haber estado buscando a alguien atractiva a quien mirar todo el día, la habría contratado en el acto. Pero el asunto era que Blair buscaba a alguien con talento. Y no es que Charlotte no lo tuviera, solo que no era la clase de talento que él necesitaba. E incluso, aunque hubiera mostrado algo de promesa, no podía ignorar el hecho de que no estaba seguro si él mismo tenía lo necesario para llevarla al siguiente nivel. La señorita Gutiérrez podía creer que él era la persona que la guiaría por el camino del éxito pero se equivocaba; Blair no era el mejor arquitecto que existía y el hecho que ella lo creyera así era más que ridículo. Si Charlotte supiera la mitad de la historia, seguramente no se habría sentido tan convencida de querer convertirse en su aprendiz.
Blair levantó las manos, viendo como la espuma descendía lentamente por sus dedos hasta sus brazos y goteaba sobre la superficie del agua. Sus manos no habían creado una obra maestra en años; nada de lo que pusiera en papel podía compararse a sus creaciones del pasado. La magia que alguna vez tuvieron sus dedos se extinguió el instante en que Emily le fue arrebatada. Su Emily, tan cerca y a la vez tan lejos de él.
Miró a su alrededor, observando aquella casa enorme que ahora se encontraba vacía, siendo él su único habitante permanente. La casa había sido construida a mediados de los años cincuenta y se encontraba ubicada en las cercanías del Cañón Franklin, en un ambiente privado y tranquilo, rodeado de la naturaleza y lejos del ruido y el agitado ritmo de la ciudad. Era una residencia de dos niveles, con seis habitaciones con grandes ventanales y un gran jardín trasero con piscina y vista al cañón. Tan pronto la vio Emily se enamoró de ella. Era justo el lugar para comenzar una nueva vida como una familia, juntos Emily, Belle y él. Con el tiempo, Blair había realizado varias remodelaciones al gusto de su esposa, por ejemplo el jacuzzi en el jardín, y Emily se había encargado de decorar la casa, dándole ese toque de hogar que solo ella podía darle.
ESTÁS LEYENDO
La Aprendiz (Serie Collide 1)
Literatura FemininaObtener una pasantía en Diseños Huxley, uno de los estudios más innovadores e influyentes de la Costa Oeste, y trabajar junto al famoso y elusivo arquitecto Blair Huxley es el sueño de Charlie Gutiérrez, una joven estudiante de arquitectura en UCLA...