El día en que el OVNI explotó al lado de su cabeza y se incrustó en la pared, comprendió que necesitaría un nuevo corte de pelo. Quizás esto se debiera al olor agrio a cabello quemado, o por el repentino calor que sintió junto a la oreja derecha. O por las dos cosas.
Esa mañana, para ser sinceros, había sido bastante tranquila. Sin babas en la primera hora, sin persecuciones en los pasillos, sin aburridos castigos en la biblioteca durante los recreos ni ninguna visita casual a la directora. Una mañana sospechosamente tranquila. Y la tranquilidad a veces significaba futuros problemas.
Pero la verdad es que Álida no tenía ni la mitad de la culpa la mayoría de las veces que esas cosas sucedían. En general se veía en aprietos gracias a que estaba con su mejor amiga Justa, quien no podía dejar de hacer honor a su nombre y tomar el papel de heroína y protectora de los más desamparados, y la metía, por consiguiente, en un lío detrás del otro. Como la vez en la que Lid había descubierto que era alérgica a las avispas, gracias a que a los alumnos de primer ciclo se les había ocurrido hacer frente a los de los cursos superiores que los molestaban, lanzando un panal del tamaño de una sandía al patio, que habían encontrado en los jardines del colegio. Y, por supuesto, Justa la había arrastrado al lugar de los hechos, provocando que terminara completamente hinchada en la enfermería, junto a otros muchos alumnos.
O la vez en la que los chicos de penúltimo año robaron del laboratorio un frasco de potasio, que apareció prolijamente en su lugar –pero lleno hasta la mitad- después de que las cañerías del baño explotaran misteriosamente, dejando a varias chicas enojadas por no poder arreglarse frente al espejo durante los días en que tardaban en repararlo de nuevo. Y esa vez el castigo habría sido para todos, si su mejor amiga no hubiera tenido la brillante idea de enfrentar a los directores y chequear las cámaras de seguridad. Sí, definitivamente esa chica tenía mucho carácter.
Es por eso que casi no se sorprendió cuando el OVNI explotó. Es más, casi se sentía aliviada de no quedar como sospechosa frente a las futuras acusaciones de los directores, y de ocupar el rol de la víctima. Y en serio que era la víctima en ese caso, pues el pitido incesante en el oído derecho, el leve mareo y el dolor en las rodillas y muñecas no los podría negar nadie que la viera en ese momento. Pero tuvo poco tiempo para lamentar su suerte, porque se vio atacada por los golpes insistentes de un trapo que tenía tanto olor a quemado como ella misma.
—¡Oh, Álida! Lo siento tanto. —Más golpes en la cabeza—. Sucede que el aparato se me salió de control. Yo le dije a Cris que tuviera cuidado, porque no era el mismo circuito que el del primer prototipo, porque en ese habíamos usado un sistema de combustión a gasolina, pero éste es eléctrico. Y por eso es que uno de los fusibles estaba haciendo mal contacto y lo había examinado para probarlo ahora. Y estaba todo bien hasta que los niveles de energía que registraba el comando se fueron a pique y terminó por chocarse justo al lado tuyo ¡En verdad lo lamento!
No entendió ni la mitad de las palabras, porque el chico las había dicho con tanta rapidez que después tuvo que tomar una larga inhalación. Aunque sí aceptó la mano que le tendía para que pudiera levantarse, después de que dejara de sacudir el trapo sobre ella. Por lo visto ya no había ninguna pequeña fogata sobre su ropa o cabeza.
—Creo que sería conveniente que fueras a la enfermería —dijo él, tomándole un mechón de cabello y dándole un tirón suave. Éste se desprendió de su alta coleta, y cayó lentamente hasta llegar al suelo—. Estás un poco... chamuscada.
Lid miró el suelo, completamente sucio por los escombros y por las pequeñas llamitas que aún bailaban después de la explosión. Y, descansando para siempre, reposaba su mechón castaño, del color del trigo maduro. Gimió, sin poder evitarlo, con los ojos puestos en la escena. Hubiera preferido ver eso mil veces en el suelo de un salón de peluquería, y no todo chamuscado y arruinado en medio de los pasillos del colegio.
—¿Segura de que no quieres ir a la enfermería? —Preguntó sacudiéndola un poco—. ¿Álida? ¿Álida? ¡Oh, no! ¡Está en shock!
Ella levantó la vista por unos segundos, para ver cómo Camilo se restregaba las mejillas pecosas con vehemencia. Recién notaba su bata blanca llena de agujeros, negros en los bordes, que contrastaba notablemente contra las mejillas pálidas del chico, y aún más, contra su cabello color rojo cobre. Los ojos castaños los tenía abiertos desmesuradamente, y enmarcados por unos anteojos de montura gruesa, que le daban a su rostro un tinte aniñado, aunque no era más que una tapera para su increíble capacidad científica.
—Estoy bien —logró murmurar al fin, bajando nuevamente su vista hacia el desastre del pasillo.
—Eso no es cierto ¡La máquina ha colisionado sobre tu cabeza! Venga, vamos a la enfermería antes de que...
Pero era demasiado tarde. Unos pasos se acercaban firmemente, marcando el golpe de los tacones bajos contra el suelo. Y después, la voz resonó en el pasillo, con suficiente intensidad como para hacer competencia con el pitido constante que sentía Lid en sus oídos.
— ¡Iñiguez! —Chilló la voz, histérica—. ¿Qué hiciste ahora? ¡Destruiste el pasillo! ¡Destruido! ¡Completamente!
Ambos giraron sobre sus talones hacia donde provenía la voz, Lid completamente aturdida, Camilo, con los hombros encogidos y el rostro gacho por el miedo. Tragaron en seco cuando vieron el rostro de la preceptora Lucette, con el ceño fruncido y los labios apretados en una línea blanca por la presión. Había puesto los brazos en jarra, probablemente para contener otra ronda de aspavientos con las manos.
—Yo...eh...y-yo no...
Pero el tartamudeo de Camilo no sirvió más que para aumentar el enojo de la preceptora más temida del colegio. Ambos retrocedieron un poco, esperando así poder alejarse de su furia.
—¡Ya basta! ¡Al despacho de la directora los dos!
Álida la miró con una expresión de indignación en el rostro, con las cejas bien levantadas ¿De verdad estaba diciendo eso? ¡Ella no tenía nada que ver! Era la víctima de la situación. No es que quisiera echarle toda la culpa a Camilo –que en cierta parte era el verdadero responsable de todo-, pero la verdad era que ella no había hecho nada más que estar en el lugar equivocada en el momento equivocado. Además de que comenzaba a sentirse fatal, sobre todo por los mareos y el pitido en los oídos, por no mencionar el ligero ardor en la oreja derecha.
—Pero yo no tengo nada que ver —dijo con voz ahogada. Quizás esa era la frase que más utilizaba desde que Justa la había comenzado a meter en incontables enredos en su afán de justiciera.
Las palpitaciones en su cabeza aumentaban a medida que su ritmo cardíaco lo hacía. La preceptora se acercó para tomarlos a ambos por los brazos, salvando los dos metros que los distanciaban.
—¡A mí no me respondes así! —casi gritó en su oído. Esto le provocó una punzada insoportable en la cabeza.
Álida gimió, cerrando los ojos e ignorando todo a su alrededor. El dolor se volvía cada vez más intenso: su cabeza se sentía como una olla a presión a punto de explotar, el pitido agudo cubrió cualquier otro sonido exterior, el estómago se le contrajo formando un nudo y provocándole nauseas. El suelo tembló y se convirtió en un remolino bajo sus pies.
Y todo se volvió negro.
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Somalhia
Fantasía¿Quién diría que en el día de la explosión en el colegio la vida de Álida Voinea comenzaría a cambiar para siempre? Quizás ella nunca hubiera pensado en que el extraño día que la llevó a un simple corte de cabello sería el que marcaría los inesperad...