Yacía dormido de espaldas a mi lado, luego de unas tres horas de intensa agitación. Como Theodore era joven supuse que debían ser las hormonas. No supe cuánto tiempo estuve contemplando ese... ejemplar de hombre.
Pero él no era «mi» Theo; él se había quedado en «mí» pasado. Tuve que repetírmelo muchas veces para reunir las fuerzas necesarias y dejarlo una segunda vez. Observé los músculos de su espalda, tan fuerte y tan suave al tacto.
Theo me recordaba. Siempre serás mía, te guste o no. Esa noche me recordaba como la mujer que conoció en un burdel, y que ahora era la portadora de la daga. La que estaba reescribiendo su destino.
Cuando nos conocimos, yo jamás le había dicho mi nombre ¿Lo sabría todo entonces? Tal vez solo sabía mi nombre en un vago recuerdo. Estaba reescribiendo su destino y el mío, y estos solo se cruzarían para separarse después.
‒Que ningún dolor te hiera‒ murmuré tan bajo que no podía oírme‒, que nadie te lastime, que las espinas se aparten y que los senderos sean suaves‒
Sentí que, de alguna manera, mis palabras lo protegerían. O eso quería creer.
«No quiero dejarlo»
Estaba segura de que alguien me contestaría.
«Debes hacerlo» habló ella.
«Lo sé, y buscar a Garrett no sé qué»
«Haraídsson»
Suspiré «Lo encontraré»
Con eso, salí de la cama en busca de mi vestido griego y mi capa, con la daga dentro de ella.
Giré el pomo y cerré la puerta detrás de mí con sumo cuidado. Los gritos abajo habían cesado un poco, pero los gritos de las habitaciones adjuntas habían aumentado. Hice un mohín con las nariz ¿Así me habrán oído? Dios, no.
Alejé las distracciones de mi mente y me centré en Garrett Haraídsson. La Casa Haraídsson seguramente; alguien debía decirme como llegar a ella. Bajé las escaleras y me subí la caperuza para cubrirme la cabeza. Había metido la daga en un pequeño compartimiento en la gruesa piel, y cuando palpé el bolsillo algo resonó; metí la mano y unas cuantas monedas de plata tintinearon en mis dedos. Saqué dos apretándolas en mi mano izquierda. Dinero era dinero, en cualquier parte del mundo, no podía comprar amor o vida eterna, supuse, pero si podía adquirir tal vez un caballo.
Garrett de la Casa Haraídsson. Hijo de Thorolf. Una definición bastante larga, pero la Casa Haraídsson era una de las más importantes de este lado del fiordo Sogne, en Lavik, una de las más grandes. Una de mis "colegas" llamada Chira, que hablaba mi idioma me dijo que siguiera las estrellas perdidas, o estrella Mitgard, que me llevarían a Garrett. Y a ella. Aún no sabía cómo referirme a ella, y me sentía extraña llamándola así, como al payaso Eso.
También dijo que era una larga distancia para caminarla. No fue difícil tomar un caballo gris a cambio de dos de mis monedas. El hombre sólo hablaba noruego, pero el dinero era dinero y como se veía pobre, no se lamentó tanto al darme su caballo.
La estrella Mitgard era un ovalo perfecto y brillante, pero no supe decir si estaba más al norte o hacia el sur, asique me limité a ir hacia él, más arriba del horizonte oscuro. Mitgard; la morada de los hombres.
El viaje fue sumamente incómodo conmigo sentada en el caballo a lomo, y una constelación lejana como única guía. De alguna manera había conseguido subirme al lomo de willow, pues el caballo debía tener un nombre, pero no sabía cómo iba a hacer para bajar. Más desconcertada aun cuando la aldea medieval quedó atrás y el campo se extendía hasta donde alcazaba la vista.
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Eternal Soul
AdventureEva, de aún dieciséis años, con su alegre sonrisa y sus ganas de vivir una aventura es una apasionada de la historia y ahora contempla entre sus dedos su nueva posesión; una daga que es su herencia y sobre la que pesa una maldición. Y ante sus ojos...