El Bosque

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Recorrieron en silencio el túnel por el que había llegado la mujer. Permaneció callado.
Llegaron al final y se encontraron con una escalera de piedra que descendía hasta un arco de madera oscura tallado con rostros de animales. Era la entrada a un bosque que se extendía hasta un lago que se dejaba ver en medio de unas montañas. El cielo estaba cubierto por nubes color gris y el sol se abría paso entre algunos pequeños orificios entre ellas. El bosque estaba conformado únicamente por árboles de hojas violetas que bailaban con el viento que soplaba.

-Bien, ya estamos a medio camino del hogar. -informó la mujer señalando el lago con su lanza- Me resulta extraño que no hayas preguntado nada aún.

-¿Quién eres? ¿Dónde estamos yendo? ¿Por qué estoy aquí? Cómo me....

-Ey ey, tranquilo. Relájate, tenemos un largo camino por el bosque. Una pregunta a la vez, ¿de acuerdo?

-...está bien. -respondió mientras comenzaban a bajar por los escalones- Primera pregunta: ¿quién eres?

-Mi nombre es Noctriam. Soy la hija de la líder Kalista, el espíritu de la venganza. Bailarina de lanzas. Y tú guía hacia el castillo del norte.

-Vaya presentación. Bien, Segunda pregunta: ¿Por qué estoy aquí? Por qué... -en ese momento se dio cuenta que no recordaba nada antes de despertar. Se quedó sin aliento.

-Estas aquí porque eres uno de nosotros, o al menos eso me informaron a mí. -respondía Noctriam en el momento que notó que su acompañante estaba petrificado, mirando a la nada- ¿Estás bien?

-No... No recuerdo nada antes de despertar en los túneles. Nada. Ni mi nombre, ni mis padres, ni de dónde vengo.

-Tranquilo. Todos pasamos por eso. Tenemos que llegar al Castillo para responder a esas dudas. Sólo Karthus sabe quiénes fuimos antes de llegar aquí.

-¿Karthus?

-Él es el encargado de la biblioteca de las almas. Él sabe casi todo sobre cada uno de nosotros.

-Entonces hay más como yo. Más personas que pasaron por mi situación. -esta noticia produjo una sensación de alivio en él. No hizo más preguntas durante un tiempo.

Ya estaban entrando al bosque. El arco era más alto de lo que aparentaba desde lejos. En él había criaturas extrañas, como una especie de tigre combinado con un oso y otras no tanto, como ciervos y conejos.
El sendero que recorrían era angosto y de piedras grises. A los lados, la oscuridad del bosque se esparcía entre los árboles. Cada unos metros había faroles que alumbraban vagamente el camino. Se oía el cantar de algunos pájaros y cada tanto el sonido de ramas partiéndose, seguramente al ser pisadas por los animales que habitaban ahí. Continuaron en silencio. No podía dejar de pensar que él no era el único que pasó por eso. Y lo que más le daba vueltas en su mente era el hecho de que no pudiera recordar su nombre.

Caminaron unos quince minutos por el sendero. Noctriam comenzó a silbar una suave melodía y algunos pájaros la acompañaban con coros. Parecía casi como si imitaran el silbido, de hecho pensó que realmente sucedía eso. Un insecto se posó sobre su brazo izquierdo y lo aplastó con su mano derecha. Se limpió los restos con los harapos negros que llevaba como vestimenta. Escucharon el sonido de una pequeña cascada y la mujer se acercó a un pequeño arroyo por el cual agua cristalina viajaba hacia el lado que se dirigían. Dejó su lanza en el suelo y bebió unos sorbos. El imitó esta acción. Cuando el agua hizo contacto con su boca, sintió un leve cosquilleo en el estómago que lo hizo sentirse muy bien.
Un ruido a sus espaldas los alertó y voltearon rápidamente. Noctriam ya se hallaba con la lanza en su mano apuntando donde habían escuchado el sonido. Entrecerró los ojos para intentar divisar algo pero fue en vano. La oscuridad era demasiado espesa.

-Un Tógose dientes de diamante. No bajes la guardia y mantente detrás de mí. A estos monstruos les gusta atacar de frente. -dijo Noctriam en voz muy baja sin apartar la vista del bosque.

Los pájaros ya no cantaban, sólo se oía el sonido de las hojas susurrando y el del agua cayendo por la pequeña catarata. Unas ramas crujieron y un rugido profundo retumbó por los troncos. En la oscuridad ahora se podían divisar dos pequeñas manchas de color celeste platinado. Eran ojos. Ojos de lo que sea que fuere lo que nombró Noctriam. Eran los ojos del Tógose.

-Escúchame atentamente, -dijo la mujer sin levantar ni un poco su tono de voz- cuando salte hacia nosotros le arrojaré mi lanza, en ese preciso momento corremos hacia la izquierda. Vamos a encontrarnos con una cueva. Entra y corre. ¿Entendido?

El corazón le comenzó a latir de tal forma que creyó oírlo tan fuerte como tambores.

-Entendido.

El mundo pareció ralentizase. Sentía cada respiración, suya y de Noctriam. Sentía la adrenalina subiendo por sus venas. Se sentía bien.
En ese momento una bestia enorme de pelaje negro con unos dientes filosos y muy brillantes se abalanzó sobre ellos. Noctriam gritó y con toda su fuerza asestó la lanza en el pecho de la bestia. Esta rugió fuertemente y cayó a un costado. En ese preciso momento habían comenzado a correr a toda velocidad hacia el lugar donde habían planeado. Entraron en la cueva y continuaron por un camino que parecía ir en forma de espiral hacia arriba. La lámpara que llevaba la mujer iluminaba el camino. El eco de los rugidos del Tógose ensordeció a ambos. Sabían que los estaba siguiendo que estaba furioso por la lanza que tenía atravesada en su pecho. Continuaron sin mirar atrás. Oían la respiración del monstruo acercándose. Una luz se distinguía al final del túnel. Llegaron a ella y se encontraron al borde de un acantilado. Estaban por encima de los árboles. Podían divisar el lago a su derecha y la gran escalera por la que bajaron de las cuevas de Fahrenheit a su izquierda.

-¡Vamos! ¡Por aquí, apúrate! - gritaba Noctriam escalando por la montaña donde se encontraban.

Él la siguió. Treparon por la pared rocosa. En un momento resbaló y casi cae, pero logró sujetarse justo a tiempo. Llegaron a un balcón unos tres metros más alto de donde se hallaban antes. Se acostaron exhaustos en el suelo de piedra y observaron hacia abajo. La bestia había llegado al final del túnel y se encontraba en el mismo acantilado que ellos habían estado. Miró a ambos lados y arrojó una roca hacia abajo. Rugió y pájaros volaron desde la copa de los árboles. El bosque era una alfombra color violeta. Finalmente el Tógose se dio por vencido y se marchó por donde había llegado.

Noctriam se colocó boca arriba y suspiró aliviada. Le explicó que ese animal era un salvaje guardián del bosque que vagaba por el en busca de los humanos distraídos para saltar sobre ellos y descuartizarlos. Ella soltó una pequeña risa al ver la cara de susto de su acompañante.

Ya estaba cayendo la noche y decidieron acampar ahí. Partieron unas ramas que se encontraban a su alcance colgando de un árbol en la cima de la montaña. Noctriam encendió una fogata. Las estrellas comenzaban a poblar el firmamento. Él se acostó mirando hacia arriba y, por más de no recordar ni siquiera su nombre, supo que era el cielo más bello que vio en su vida. La mujer le hablaba sobre el probable paradero actual del Tógose, pero él comenzó a desvanecerse entre las constelaciones y finalmente se durmió.

Soñó que se hallaba en un bote en medio de un océano calmo. No había más que agua a sus alrededores. Navegó por horas y horas. Hasta que le pareció ver una isla. Pudo divisar en ella una fogata y una mujer gritándole. No podía entender sus palabras. La isla desapareció y continuó navegando toda la noche. Intentando descifrar que decían los gritos de aquella mujer.


El CarceleroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora