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—¡Diana! —escuché la voz de Tamara acercándose por el pasillo.

—¿Sí? —pregunté pausando la quinta película de Harry Potter. Metí otra palomita a mi boca mirando expectante a Tamara, quien ya había entrado a la habitación.

—¿Puedes hacerme un favor? —habló ella, Tamara era una de las muchas ayudantes en la casa que mi madre había contratado. Ella era cocinera, era la única que no pasaba de los 20, así que le tenía bastante confianza.

—Sí.

—Por favor. La cena de tus padres es en unas horas y necesito pan urgentemente, pero también tengo que terminar de cocinar. Si no me ayudas me meteré en problemas —dijo ella haciendo puchero. Me levanté del cómodo sillón de mi sala y dejé la cobija a un lado.

—¿Qué tengo que hacer? —pregunté dispuesta a ayudar, mientras me ponía mis simples tenis negros y amarraba las agujetas.

—Comprar mucho pan. Pan dulce y salado, trae bolillos y donas. Mucho pan, todo lo que se pueda —Tamara me dio instrucciones un tanto exageradas, pero las cenas de mis padres también son exageradas, tiene sentido.

—Está bien, ¿pero puedo... —comencé, pero ella me interrumpió.

—Sí, puedes comprar dulces con el cambio, pero date prisa —respondió rodando sus envidiables ojos azules, ella ya me conoce.

Ow, genial —respondí sonriendo enormemente.

Me extendió el dinero, lo tomé y me encaminé a la puerta. Suspiré con flojera y salí de la casa, no sin antes darle una última sonrisa a Tamara. El frío me envolvió inmediatamente y me invadieron escalofríos.

Caminé apurada, maldiciendo por no haber traído un abrigo. De cualquier modo, ya era muy tarde para traer uno.

La panadería estaba a la vuelta de la esquina, siempre me atendía una agradable señora mayor de edad llamada Rosa, era como la abuela que nunca tuve. Justo delante de la panadería, estaba el paraíso: La Dulcería. Yo era la cliente estrella del señor Dudley, como me gusta llamarlo. Ese no era su apellido, pero su gran parecido con el tío de Harry Potter era sorprendente. El señor Dudley me hacía grandes descuentos, a veces incluso me regalaba muchos dulces.

El familiar sonido de la campana llegó a mis oídos cuando puse un pie en el local. Subí la mirada y me sorprendió ver a un chico, no a Rosa. El chico curvaba sus labios en una sonrisa ladeada que lo hacía lucir adorable. Su rostro sereno inspiraba seguridad. Lucía amistoso, y era tierno.

—Eres linda —escuché su voz algo ronca y sentí el color rojo aparecer en mis mejillas, reí nerviosamente y decidí que era mejor ignorar eso.

—Hola. ¿Y Rosa? —pregunté al chico mientras me acercaba al mostrador.

—Ella está en su día de descanso. Yo soy Harry, el nuevo empleado.

Oh, wow. Hola Harry —saludé mirando los panes que había.

—¿Vienes aquí mucho? —preguntó recargando su cabeza en una mano. Lindo.

—Sí, vivo a la vuelta —respondí caminando concentrada en el pan, sin dejar de sonreír, jamás lo hacía.

—Entonces creo que nos veremos muy a menudo —dijo guiñándome un ojo y reí.

Wasted SmileDonde viven las historias. Descúbrelo ahora