[3/3] Cap. 28 | ME TEMO QUE NO.

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Una chica de cabello negro me miraba sin expresión desde el otro lado del tocador, mientras yo intentaba contarle las pecas en la cara. Sus ojos color cafe, sin embargo, estaban oscurecidos por una espesa nube de deseo que se negaba a despejarse. Ellos me decían cosas que las palabras no podían, y por un segundo, pude ver un destello de adrenalina cruzar como una estrella fugaz por su iris. Desde ese momento supe que esa chica era intrépida, que esa chica quería más.

Que esa chica estaba viva.

Acerqué mis ahuecadas palmas al rostro y las restregué frenéticamente contra mi cara, una y otra vez, como si parte de mí dijera que si seguía haciéndolo, el recuerdo de la noche pasada se iría al desagüe junto con el rímel negro que corría por el lavamanos.

Pero la otra parte me dio una bofetada y pidió que me aferrara a esas memorias y no las dejara ir, aunque eso implicara tener los ojos negros de Uriah impregnados a mi mente para siempre. Estaba viva y nada podía detenerme, ni siquiera Brian. Todo lo contrario. Él me hacía sentir cosas que no sabía que existían. Cuando su piel hacía contacto con la mía, o cuando nuestros ojos eran víctimas el uno del otro, era como si se activaran un millón de sensores que aparentemente siempre habían estado allí, en mi organismo, pero que yo no lo sabía hasta que lo conocí a él, que podría ser tanto una bendición como una maldición. Estar viva no significaba ser eterna. Estar viva quería decir que me exponía al hecho de que en cualquier momento podría dejar de existir y que mi muerte podría ser tan súbita e inesperada como mi reciente aparición en este mundo.

Estar viva era un riesgo que estaba dispuesta a correr. Y me encantaba.

Salí del baño, la atmósfera silenciosa y pesada de la casa abrumándome hasta los dedos de los pies. Me encontraba sola. Mamá había llevado a Reagan al psiquiatra esta mañana porque ayer casi quedaba calva debido a los nervios que le causó la pelea, Brian Sr. estaba trabajando en Bradford y Brian había salido a correr, como solía hacer todos los domingos por la tarde.

Pero yo sabía que estaba evadiéndome.

Dejé caer mis brazos a los costados y exhalé pesadamente el aire de mis pulmones. Ayer me explicó cómo era su forma de protegerme, o por lo menos, me dijo más o menos en qué consistía. También me habló sobre Uriah y su manera de perseguir y acosar a las personas, pero nunca me dijo la razón, ni por todas esas veces que se lo rogué.

"Mientras más lejos esté de ti, mejor. Es mi única manera de mantenerte a salvo." Fue lo único que me había dejado saber ayer cuando se metió a mi cama en medio de la noche, pero eso no me aclaró mis preguntas, añadió más a la lista.

¿De qué quería mantenerme a salvo, realmente? ¿Uriah? ¿Josh? ¿Alice?

¿Él?

¡Ugh!

¿Qué le costaba decirme las cosas como en verdad eran? No era una niña pequeña, tenía casi dieciocho años y suficiente sentido común para entender y sobrellevar cualquier situación que se me presentara. Tampoco necesitaba que me cuidaran, ya era muy tarde para esa mierda. No estaba acostumbrada a que los demás se preocuparan mí; desde los ocho años, que fue cuando mi papá nos abandonó, podía arreglármelas yo misma sin la ayuda de nadie, ni siquiera de mamá, porque ella necesitaba más de mí que yo de ella. Así funcionaban las cosas en mi mundo: dar y no recibir nada a cambio. Que viniera este chico hermoso de ojos cafes a querer alterar mi orden psicológico era algo que nunca vi venir y que era difícil de aceptar. No conseguía comprender cómo diablos lo había dejado entrar tan fácil y cuándo fue que intercambié tan rápido mis sentimientos asesinos hacia él por sentimientos completamente suicidas.

Esto...me estaba volviendo loca.

Después de urgar en la nevera por algo de comida, a pesar de que no tenía hambre pero precisaba ingerir algo para poder despejar mis desordenados pensamientos, subí trotando las escaleras hasta mi habitación con la última magdalena de chocolate que quedaba y una casera batida de fresas. Empujé cuidadosamente la puerta con la plantilla de los pies y coloqué mis preciados alimentos sobre la cómoda que tenía al lado de la cama. Antes de acostarme e intercambiar canales, me dirigí a la peinadora y busqué mi prendedor dorado en forma de trébol, que ahora lo había transformado en colgante porque solía perderse con frecuencia. Me lo puse y me eché un vistazo en el espejo.

Trouble Boy (Synyster Gates y tu)  [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora