Ya es domingo, y cada domingo tengo que marcharme. Relleno una mochila con las cosas que me quiero llevar y preparo en otra las cosas del instituto.
Cojo en brazos el cesto de la ropa sucia y bajo con él hasta el garaje. Como es de esperar, es la parte de la casa que más frío hace. Cierro la puerta y bajo los tres escalones. A mi alrededor hay varias estanterías llenas de herramientas, de cajas... Y pegando a la pared hay un gran escritorio con una lámpara de mesa con una lupa muy grande.
Sonrío mientras sujeto aún el cesto entre mis brazos. Me giro hacia la lavadora y abro la pequeña puerta circular. Meto toda la ropa de color y dejo la blanca en el fondo del cesto y la tapo con la tapa.
Busco el detergente entre los trastos del armario debajo del escritorio, pero doy con una caja. Una caja de zapatos pintada de azul con un hada pintada en la tapa.
Reconozco la caja, sé quién la hizo y sé que hay dentro.
Me seco el sudor de las palmas de mis manos en la tela de mis vaqueros y alargo los brazos para coger la caja. La sujeto con una mano mientras que con la otra hago un espacio en el escritorio entre las hojas llenas de garabatos, facturas, botes de pintura y herramientas.
Contemplo la caja como si hubiera pasado una eternidad sin verla. La hice cuando tenía siete años. Mi madre en aquel entonces pintaba y yo quise hacer lo mismo. Quería ser como mi madre. Limpio el polvo que tapa el dibujo del hada con las manos y una sonrisa triste y nostálgica aparece en mi cara. Llevo los dedos al borde de la tapa dispuesta a levantarla cuando unos ladridos me distraen.
En el momento en el que la voz de mi vecina intenta acallar los ladridos de Sac cojo las llaves que cuelgan de un clavo de la pared y abro la puerta del garaje que da a la parte delantera del jardín.
Sac está meneando la cola y ladrando a mi vecina que trae un plato con papel aluminio sujetado con ambas manos. Sonrío cuando mi perra mete el hocico en el espacio libre de la puerta que da a la calle y la mujer la riñe.
Una risa suave brota de mi cuando veo maniobrar a la señora con el plato para conseguir tocar el timbre.
Me acerco a la puerta y Sac viene a saludarme. Mi vecina me ve y las arrugas de sus ojos se profundizan cuando sonríe.
- ¡Jovencita! – Exclama. – Un pajarito me ha dicho que mañana es tu cumpleaños.
Me encojo de hombros y sonrío educadamente.
- Así es.
- Anda, sal aquí fuera, que te voy a felicitar.
Quito el pestillo de la puerta y salgo a la acera.
- Que mayor estás ya. – Me mira de arriba abajo. – Recuerdo cuando vinisteis hace cinco años, ¿cuántos años tenías entonces?
- Once años.
- Así que mañana cumples dieciseís, ¿no?
- Casi. Diecisiete. – Me meto las manos en los bolsillos traseros del vaquero y mantengo mi rostro sereno.
Entrecierra los ojos y da un manotazo al aire que hay entre nosotras.
- No me vaciles joven. – Me apunta con su pequeño índice. – Puede que se me hayan olvidado muchas cosas, pero contar no es una de ellas. Recuerdo además que era una de las mejores en mi clase de matemáticas.
Su sonrisa ha vuelto. Y con eso, mi domingo ha mejorado.
- Toma anda, que se me va a dormir el brazo. – Me pasa el plato y lo recojo con ambos brazos. – He hecho unos cuantos pastelitos de arroz. Sé que te gustan, y que suerte la mía que se me dan de maravilla. – Junta sus manos por delante de ella y me guiña un ojo.
Sonrío tanto que me duele.
- Muchas gracias Inmaculada. – Mi tripa ruje ante el rico olor de los pasteles.
Ella pone sus manos en su cintura y contesta:
- ¿Cuántas veces te tengo que decir que no me llames así? – Niega con una sonrisa y me vuelve a señalar. – Me haces sentir como una pobre vieja. La próxima vez que me llames así te agarro del pescuezo y no te suelto.
Se ríe y sus ojos se ablandan.
- Llévale unos pasteles a tu madre. Ya verás como le gustan. – Sonríe y se despide. – Adiós pajarito. Disfruta mañana por las dos.
- Lo haré. – Respondo.
Lo haré, disfrutaré por las dos.
Me quedo unos momentos apoyada contra el muro de la casa cuando un gran camión entra en la calle seguido de un coche rojo.
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Ahora.
Random"Y en ese momento apareció mi ángel de la guardia. Me cogió en brazos y me acurrucó a su cuerpo. Mi ángel olía igual que mi madre. Lavanda." Ahora odio la lavanda.