🔞ATENCIÓN, ESTA HISTORIA CORTA ESTÁ CATALOGADA COMO MADURA. 🔞
Muchos turistas que planificaron un viaje idílico a través de Gran Bretaña tuvieron la desgracia de alojarse en el hotel equivocado: el Paradise, a pocos kilómetros de Belfast, la capi...
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Irreal es la palabra que me define esta tarde, cuando me despierto para iniciar mi jornada laboral. ¿Alucino, quizá? Porque al levantar los párpados me desespero: creo que no me encuentro en el apartamento que alquilé sino en una de las habitaciones del hotel. Y lo peor: una mano me toca, helándome por dentro.
Me estremezco: no desvarío, es real. No me hallo en el Paradise pero sí tengo compañía. La Dama del Castillo camina de un extremo al otro de la estancia, contemplándome con esa sonrisa inalcanzable que se contrapone a la seriedad de la mirada. Una mueca parecida a la de la Mona Lisa. Olfateo el aire: huele a mar, a sangre y a moho de cientos de años. Me aterrorizo al verla y sentirla contra la piel. Empiezo a levantarme para coger el coche y salir a todo gas.
—No te preocupes, Stephanie —me dice, cariñosa, rozándome la cara—. Sé feliz. Eres la primera que puede verme... Por cierto, me llamo Lady Margaret... Margaret Shaw... Y recuerda: no te preocupes, sé feliz.
Vuelvo a acostarme y me tapo la cara con la almohada. Seguro que sigo dormida, en mi cama. Es una especie de pesadilla dentro de la pesadilla, creo que he despertado y todavía estoy en el ala antigua, algo imposible según la lógica. ¿Acaso no me fui de allí?
—Tengo que despertar, tengo que despertar —expreso, nerviosa, tratando de espabilar.
Cuento hasta cien, intento tranquilizarme. Uno, dos, tres, cuatro... Mientras, repaso las imágenes de cómo me dirigí a mi Ford Fiesta, aparcado en el estacionamiento del personal. Me subí en él, agotada y con los pensamientos un poco extraviados. Lo encendí y recorrí la senda que separa al Paradise de la carretera principal, hasta llegar al pueblito. Tuve que ser más precavida de lo habitual puesto que la bruma se había hecho más tupida, obligándome a encender los faros antinieblas.
Así, más segura, al llegar al número noventa y nueve me paro de un salto y abro los ojos.
—¡Menos mal! —exclamo y doy un suspiro de alivio—. Estoy en casa. Fin de la pesadilla.
Claro que al arribar al hotel la sensación de extrañeza vuelve a apretarme el cuello, como si fuese esa mano helada que imaginé. El tema Don't worry be happy, en la versión de Bobby McFerrin, se escucha a todo volumen por el hilo musical.
—La dama me ha dicho no te preocupes sé feliz —murmuro y, todavía negándolo, me pregunto—: ¿Será todo verdad?
Ellen, la aprendiza de camarera de piso, se aproxima a mí cortando estas reflexiones, afortunadamente. Hace solo un mes que trabaja aquí.
—Parece que estuviéramos de fiesta pero ha sucedido algo terrible —me susurra en el oído, con cara de estupor—. No hay forma de que pare esta maldita canción. Desconectan el hilo y al rato la volvemos a escuchar.
Noto que el resto del servicio forma un corrillo un poco más lejos, haciendo comentarios y observándome cada tanto. Me llama la atención que también esté Betsy con el uniforme, puesto que es la mujer que me enseñó mis cometidos para que yo la sustituyera por vacaciones.