5. Jodidos.

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No habían pasado ni cinco minutos desde que había llegado a Brema y ya estaba echando de menos Hamburgo, me había convertido en una blandengue estando en esa ciudad, me había encariñado de más y ahora estaba que no cagaba con ella, joder.

Después divagar como una idiota y perder mi valioso tiempo, empecé a menear mi culo fuera de la estación de autobuses. Bueno, realmente no tenía ni puta idea de a donde ir, ya que nunca había estado en este sitio, asi que pillé a un chico que estaba saliendo de la estación y le pregunté:

- Perdona, ¿sabes donde hay algún sitio para hospedarse por aquí?

No me había fijado, pero el chico estaba para partirlo. Ojos azules, pelo cortito moreno y más o menos 1'80; que estaba bueno vaya.

- La verdad, no lo sé acabo de llegar y no conozco nada, creo que estamos en las mismas.

Vale, estamos jodidos.

- Menuda ayuda tengo contigo sabes.

- Eh, la misma que tengo yo contigo.

Se apoyó en una pared que tenía detrás y pude mirarlo bien. Parecía que había comprado la ropa en un rastrillo, pantalones y camisa rasgados, estampados en diferentes tonalidades de negro y gris y con lo que parecía ser una mancha rojiza, también parte del estampado. Estábamos allí parados, sin decir palabra, hasta que me cansé y dije:

- Ya que somos tan inteligentes y no sabemos donde estamos, ¿por qué no nos ponemos a preguntar como si fuesemos dos guiris?

- Mejor que esperar a que nos aparezca una pensión mágicamente.

Se incorporó y se recolocó la mochila sobre los hombros, con un aire despreocupado, como si no le importase dormir en la calle. Ami si me preocupa, asi que mejor que encuentre donde quedarme.

Lo mejor de todo es que nadie nos hacía ni puto caso, parecíamos apestados o algo. Las viejas ni nos miraban, las madres con sus hijos se apartaban de nosotros y cada vez iba quedando menos gente. Esto pintaba que te cagas.

- Me cago en la puta.

-Estamos en un marrón, sí.

Estaba frustrada, tenía que mantener la calma y me estaba resultando imposible. Decidí empezar a andar y sin siquiera mirar hacia atrás emprendí el paso. Pero algo tiraba de mi con fuerza. Aquel chico me estaba sujetando el brazo.

- ¿Se puede saber qué quieres?

- La pregunta debería hacerla yo, ¿a dónde crees que vas? Porque dijiste que tampoco conocías la ciudad.

- Suéltame, mejor que estar aquí parada prefiero andar, que ya encontraré algún sitio.

Zarandeé el brazo de la manera más brusca que pude y conseguí librarme del agarre que me mantenía allí quieta, pudiendo reemprender el camino.

- ¡Vamos, tía dura!, ¿Pero qué vas a hacer, pasarte el día andando hasta caer muerta de cansancio?

Realmente tenía razón, pero mi cabezonería me impedía reconocerlo y entrar en razón. Seguí andando hasta que salí de la estación. No me importaba una mierda lo que le pasara a ese, como si se quedaba a dormir en un banco frente a la estación. Podía escucharlo gritándome desde la lejanía, y al ver que no obtenía respuesta pude oír como hechaba a correr, pero fui más rápida y después de girar en una esquina me escondí en un callejón. Lo último que me hacía falta era un tío pesado que ni siquiera conocía de nada, diciéndome lo que he de hacer. Dios.
Después de quitármelo de encima salí a lo que parecía la calle central y simplemente, me dejé llevar. Seguía a la masa de gente que se arremolinaba en la calle, unas personas con traje y corbata y otras completamente informales, con ropa usual. La calle estaba a rebosar. Estaba cansada y la mochila que llevaba me pesaba, y como por arte de magia, una espléndida cafetería con un aroma a tortitas apareció ante mi. Me sentía como alguien perdido en el desierto que alfin encuentra un oasis. Realmente no era lo que quería, pero como también tenía hambre, no me venía mal del todo. Y tenía dinero, que era la parte más importante, asique entré, me senté en una mesa, y como una niña pequeña sonreí mientras leía la carta, especialmente la sección de desayunos.
Estaba claro que era lo que iva a pedir, tortitas con un buen chorro de sirope. Una vez que vinieron las jugosas tortitas y empecé a comer me sentía como si todos mis problemas estuvieran resueltos. Pero la realidad era que la policía empezaría a buscarme dentro de poco y no tenía donde caerme muerta. Triste realidad.

Mierda pura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora