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Fannia, Julia y Janis llegaron juntas al hospital. La profesora de historia estaba apoyada en el mostrador de urgencias. Al ver a mis amigas forzó una sonrisa mientras se retorcía un mechón en la frente.

-¿Se sabe algo de Emma?- le preguntó Julia.

La profesora se dejó en paz el pelo. La sonrisa se le borró.

-¿Dón... dónde...dónde está?- le empezó a temblar la voz a Julia.

Los dientes le castañeteaban de nuevo.

La profesora tampoco se atrevía a decirle la verdad a mis amigas... no se que hubiese hecho yo en su lugar. Debe de ser muy difícil decirle a alguien que un ser querido ha muerto.

Fannia y Janis se cogieron fuertemente de la mano.

-Se... se lo... lo ruego- insistió Julia-. Di... díganos... algo.

Tenía la expresión desencajada.

-¡Por favor!- exclamó Fannia.

La profesora tardó unos interminables segundos en contestar.

-Está en la segunda plata. En el quirófano.

-¡La están operando!- se alegró Janis.

La profesora negó con la cabeza de inmediato.

Fannia apretó todavía más la mano de Janis. Las puntas de los dedos de ambas perdieron el color rosáceo. Parecían pequeños helados de nata de lo blancas que se les pusieron.

Julia emitió un quejido lastimero entre dientes y, decidida, se dirigió hacia las escaleras. Las mismas escaleras que mis padres habían subido minutos antes con el corazón en un puño. Fannia y Janis la siguieron.

La profesora las vio alejarse y no pudo evitar que las lágrimas le inundaran los ojos. Decidió salir a la calle y al lado de la puerta de urgencias se topó con Rachel. Mi amiga frenó en seco. La profesora se le quedó mirando sin saber que decirle.

Rachel no dijo nada, pero sus ojos reclamaban saber qué me había pasado.

-Lo siento- musitó la profesora-. No se ha podido hacer nada.

Con las manos temblorosas, abrió el bolso y buscó a tientas el paquete de tabaco. Lo encontró y sacó un cigarrillo. Lo encendió y le dio una larga calada mientras se secaba las lágrimas.

-¿Me das una calada?- le pidió Rachel.

La profesora le pasó el cigarrillo. Rachel notó que la boquilla estaba caliente. Aspiró un par de veces pero no se tragó el humo. Se limitó a expulsarlo de la boca como si haciéndolo echara fuera la rabia que le consumía las entrañas.

-Emma ha muerto- le dijo entonces la profesora con voz apagada.

-¿Puedo verla?- le preguntó Rachel.

La profesora le dijo dónde estaba yo. Mejor dicho, le dijo dónde estaba mi cadáver, porque yo estaba con Ethan muy lejos de allí. Rachel le pegó otra calada al cigarrillo. Después entró en el hospital caminando despacio y mirándose las puntas de los pies.

Cuando Julia, Fannia y Janis llegaron a los quirófanos de la segunda planta, mi padre tenía a mi madre entre sus brazos. Ella se había refugiado en aquel reconfortante lugar. El soniquete rítmico del corazón de papá le mitigaba en parte el intenso dolor que se había apoderado de ella.

Al verlos así, mis tres amigas comprendieron.

-No puede ser- balbuceó Fannia.

Se puso a respirar a grandes bocanadas, como si le faltase el aire. Casi le da algo. Una enfermera que pasaba por allí tuvo que suministrarle un calmante.

Fannia es muy sensible. No soporta las emociones fuertes. Sin ir mas lejos, no podemos llevarla al cine a ver pelis de miedo. No las resiste. En la última lo pasó tan mal que a los cinco minutos tuvimos que sacarla de la sala en brazos. ¡Qué corte! Para colmo, antes de entrar se había hinchado de palomitas y las vomitó todas encima de nosotras. Nos pusimos perdidas.

Fannia, Janis y Julia se quedaron petrificadas al ver a mis padres tan abatidos. Si les pinchan en ese momento no les sale ni una gota de sangre. Entonces apareció Rachel. Se mantuvo a un par de metros de ellas y de mis padres... Y explotó. Se echó a llorar desconsoladamente.

Mi madre advirtió la presencia de mis amigas. Se separó de mi padre y les pidió que se acercaran.

Obedecieron las cuatro.

-Siempre llevaremos a Emma en nuestro corazón- les dijo con ternura.

Lo mismo me dijo Ethan.

-Siempre estaré contigo, en tu corazón.

-¡Qué asco de vida!- exclamó Rachel sin dejar de llorar.

No paró de llorar hasta que se le acabaron las lágrimas.


Resurrección - Lea ToberyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora