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Al día siguiente de la fiesta sorpresa de bienvenida, fui a casa de Julia. Vivimos muy cerca, en la misma urbanización, a unos cuatrocientos metros. Nuestras casas son casi idénticas. Por eso me siento tan bien en casa de Julia. Me parece como si estuviese en la mía.

Llegué pasado el mediodía. Era domingo. Por la noche había dormido como un tronco. Me acosté a las nueve. Estaba tan cansada que me quedé domida antes de que la cabeza llegase a la almohada. Estuve durmiendo más de doce horas de un tirón.

Me despertó mi padre. Entró a la habitación para decirme que la tía Erica y el tío Craig se marchaban. Le dije que por favor me esperasen, que me apetecía ir a despedirlos al aeropuerto.

Me vestí en un momento, me inyecté la insulina y cogí algo para comermelo en el coche.

La despedida con la tía Erica fue muy emotiva. Conforme se hace mayor, se parece más a la abuela Kerry. Y al darme un beso en el aeropuerto hizo un gesto que me recordó muchísimo a ella.

Me fundí en sus brazos.

-Prométeme que vendrás pronto a vernos- me dijo.

-Este verano, sin falta.

Me volvió a besar y luego se despidió de mis padres. El tío Craig me dio un beso y cargó con las maletas, la suya y la de la tía Erica. Esperamos a que pasaran el control de seguridad. La manera de andar de la tía Erica, arrastrando los pies, me trajo a la cabeza la noche que la abuela Kerry me vino a visitar.

En el trayecto de vuelta a casa reviví en mi mente aquella experiencia, incluyendo la advertencia premonitoria de la abuela:

-A ti también te pasará lo mismo. Tarde o temprano encontrarás a alguien maravilloso. Te enamorarás de él. Lo querrás con toda tu alma... Y te tendrás que separar de él.

-Cuanta razón tenías, abuela- dije en voz baja.

-¿Qué has dicho?- me preguntó mi madre.

-Que si puedes poner la radio- le mentí.

Mis padres me dejaron directamente en casa de Julia. Ella estaba meciéndose tranquilamente en un balancín que hay en el pequeño jardín de la entrada.

Nosotros también tenemos uno. El suyo es azul marino y el nuestro, verde oscuro.

Aunque hacía un poco de frío, como el día era magnífico, sin apenas nubes y con un sol reluciente, decidimos instalarnos allí. Y en aquel balancín le conté a mi mejor amiga cómo me había ido con Tom.

Cuando salí de mi habitación después de cortar con Tom, Julia ya se había marchado porque sus padres habían quedado con no se quien, una cita ineludible, y no le pude explicar nada sobre el asunto. Después, por la tarde, mis padres me llevaron primero al cine y luego a cenar con la tía Erica y el tío Craig y no pude llamarla porque tenía el móvil muerto. No me había acordado de poner la batería a cargar.

Le telefoneé por fin desde casa, justo antes de meterme en la cama.

-Ya está. Lo he hecho- le resumí muy brevemente. Más brevemente imposible-. Mañana te cuento... Estoy rendida.

Quedamos en vernos al día siguiente y colgué.

No tuvo más remedio que esperar para saber del episodio de mi roptura con Tom.

-Cuéntame... Habla ya- me pidió nada más contarme en el balancín.

Le puse un poco de tensión a la cosa hasta que llegué a la parte realmente interesante.

-Y entonces se lo dije tranquilamente, que no quería seguir con él.

-¿Se cabreó?

-Parecía atontado, nada más.

Resurrección - Lea ToberyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora