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Efectivamente, Ethan me había llevado al interior de un volcán en plena erupción. La lava subía lenta pero inexorablemente por el conducto principal, impulsada por una fuerza irrefrenable, salvaje, descomunal. Ni rastro de cenizas. Todo era lava y sólo lava. Se podía respirar con facilidad y la temperatura era agradable, como la de una noche de verano en la que corre un brisa templada.

Entonces entendí por qué, la primera vez que lo ví, me pareció que Ethan olía a volcán.

Habíamos llegado hasta allí volando...

A aquellas alturas, ya nada me extrañaba en aquel mundo.

Estábamos en una cueva grandiosa, encima de unas rocas de lava solidificada. Delante de nosotros, a escasos metros, había un mar de lava.

-Tenemos que sumergirnos en él.

Ethan señaló el mar de lava que teníamos enfrente.

-¿Nos tenemos que meter ahí?- le dije temerosa.

-Conmigo al lado no tienes que tener miedo. Es más, si alguna vez lo tienes y no estoy, piensa en mí. Se te pasará.

Aquellas palabras me sosegaron.

Me cogió de la mano y nos pusimos a caminar sin más dilación. Nos hundimos lentamente en la lava. Primero los pies, luego las rodillas, luego la cintura. Le apreté con fuerza la mano y, aún con cierto temor, cogí aire antes de sumergirme por entero en aquel mar viscoso y tibio. Cuando no pude contener más la respiración, abrí la boca... ¡Y podía respirar! El miedo se desvaneció por completo.

Ethan tiraba de mi y yo me dejaba arrastrar. Me relajé y disfruté de aquel viaje submarino tan peculiar con el cúmulo de sensaciones que recorrían mi cuerpo entero.

Cuando me quise dar cuenta, mi cabeza ya estaba de nuevo fuera de la lava. Dimos unos pasos más y salimos de aquel océano interior.

-¡Ohhh!- exclamé.

Aparecimos en una cueva bastante más pequeña que la anterior. Era espectacular. Había estalagmitas y estalactitas en cada rincón. En la pared del fondo vi una fuente de lava que alimentaba el mar del que acabábamos de emerger.

-¡El Manantial de la Sima!- me anunció Ethan.

Le pasé las manos por la cintura y me agarré a él por detrás.

-¿Quién eres?¡Dímelo!- le exigí.

-Soy quien tu quieres que sea- respondió sin vacilar.

-¡Ethan!- pronuncié en voz alta.


Resurrección - Lea ToberyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora