Capítulo V

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JEAN

¡No había ni siquiera tomado nota del nombre del escritor ese! Jean quería que ahora mismo fuera el quien tirase esos vasos que se le habían caído a Tai unas mesas más allá. Se sentía deprimido y quería deprimirse aún más en la deprimencia de un deprimente lugar por deprimentes motivos.

Ayer había sido toda una tarde, agradable para el gusto tan tímido y reservado como el suyo. En ningún momento se había sentido intimidado, exceptuando esos ojos azules verdosos que le fruncían ceño.

El motivo de que ahora se estuviera esperando en Mirador, ya no era por ese don cautautor del papel. Si bien había tenido curiosidad por hacerle más preguntas ya que gracias a ese pequeño niño se dieron confianzas, no quería acercársele nuevamente si tenía que pasar por esa vergüenza, donde abarcaba la sobreprotectora actitud de su único amigo y también la suya de no saber como adentrarse en una conversación. Hasta el risueño menor de edad era más lengua suelta que él, y hacía disfrutar al pelinegro con tan sólo su sonrisa, cosa que lo molestaba claramente.

Ya era el colmo de callar cuando iba a ese café literario, donde no leía ni mucho menos tomaba café.

Una camarera pelirroja que había visto la vez anterior se le acercó a entregar su pedido, sonriente como si ya le conociera.

-Aquí está su pedido-le dijo amable con el brillo de esos ojos azules.

Pensó en que si jugaban con verde y hacían el color de un lago sano, fácilmente podría distinguir esa mirada socarrona y con pintas de ser poderosa. Pero esa apaciguadora vista se desvaneció al ser las orbes de la gota menor de ese cautivador cause que sonreía por y para esa pequeña gota.

Observó el oscuro y amargo líquido de su taza y se deprimió aún más. Era un patético pardillo acosador, y para variar, celoso de un niño que probablemente era el hijo de su amor platónico. Oh, y el pequeño e insignificante detalle de que era de su mismo género.

Estiró los brazos por toda la mesa de manera horizontal a la pulida madera, para luego dejar caer la cabeza entre el barranco de la piel de su chaleca, haciendo así que sus brazos colgaran al extremo de la tabla, como sus hebras detalladas por el juguetón tono de un marrón sol.

Suspiró derrotado, no tenía opción más que dejar ir un amor que claramente no era correspondido y además ridículo, y lo más importante, no se imaginaba declarando amor a alguien si quiera, como mucho adoraba a un anónimo pluma de coraza que ya no existía. Ya no tenía ni esas letras que tanto celaba para imaginar mundos donde fuera capaz ser alguien adecuado a su alrededor.

SEBASTIÁN

El mirador ahora era su lugar favorito en el mundo. A parte de cuando tenía gusto por las letras, se podía decir que siempre lo había sido y compartir con Patrick en ese mismo lugar le parecía lo más cómodo y calmo del mundo.

Aunque Sebastián- a producto de todos los grandes cambios en esos últimos años en su vida- era una persona que se resguardaba en las ironías frías, no negaba que pudiera sacarse ese abrigo de hielo con ese pequeño de su lado, era la única persona que quedaba que todavía alimentaba de amor su desolado y amargo pecho.

Patrick era todo lo contrario a él. Pues Patrick era un caballero en miniatura, un risueño simpático de amistades, haciendo que su padre se desconcertara por tales polos opuestos que eran ahora, o podría dejarlo al pasado, a el fin de esos días como la familia estándar que se hacían.

Pero Sebastián se consideraba extraño con sus veintinueve años. Se entornaba con modas de su juventud, quizá por su subconsciente que quería revivir esos días en que la vida le sonreía por la inocencia de una alegría roja. Pero segundo, allí estaba a camino de la adultez, con tatuajes y cabello teñido como un rebelde de puntas sangre, jugando con los aros que se alternaba constantemente a lucir. Cualquiera diría que con esas fechas era un adolescente empedernido en la madurez que le ataba. Pero tercero, ya era mayor.

Musa MusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora