Capítulo VII

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SEBASTIÁN

-Ya lo sabes-dijo el pelinegro después del beso, complacido por la actitud anterior de Jean.

-¿Saber qué?-preguntó Patrick, entrando en escena.

-¿Estás cansado?- cambió de tema aparentemente habilidoso su padre.

-Quiero ir a casa-respondió en un bostezo.

-Hasta luego, Jean-se le dirigió por despedida en un guiño disimulado Sebastián.

-Adiós, castaño dos-se despidió el pequeño Trick.

Y Sebastián no podía parar de pensar lo extraño que había sido todo en aquel tiempo. Siempre que estaban ese trío -del periodista tímido, el mesero mal pagado y el agradable mini-galán copia de su ejemplar padre; se decía el pelinegro-, todo se volvía extraño, porque esa era la palabra que podía asimilarle. Desde desayunos falsos hasta besos con galletas en bibliotecas; ¿a quién le pasaba eso?

Pero para su propósito, asumió que el castaño besaba bastante bien. Y el que se le había insinuado lo hacía más excitante.

Cuando Patrick no le vió, se tocó los labios con una sonrisa campeona. Sabiendo desde ya que el adulto castaño no era tan virginal como Sebastián pensaba. Algo que le gustaba en las mujeres y hombres era la iniciativa, ¿qué más excitante que la otra persona en la relación corra el riesgo?, al menos para el escritor lo era, y esa era de la cosa que le fascinaban.

Pero el lunes llegó y mientras Sebastián escribía emocionado, con sus dedos nuevamente deslizándose de aquí a allá, sin descanso, con un cigarro en su boca acompañado de una gran sonrisa a la vista en su portátil, con el lleno cenicero junto su propio tarareo de alguna canción antigua de un vals como testigos del torrente escrito; poco fue hasta que la tranquila habitación fuera invadida por un sonido proveniente de su celular.

Era una llamada de la directora del colegio de Patrick, por lo que descolgó y se llevó el teléfono a la oreja algo confundido.

-¿Si?-preguntó con su tono tosco pero bastante confundido por la llamada.

-¿Es usted el padre de Patrick Irons?

-Sí, cuénteme-respondió seriamente mientras se acomodaba en la silla, despojándose sin dar cuenta del inexplicable ánimo que había tenido.

-Necesito que venga, hay un tema serio que debo hablar con usted.

-Claro, voy de inmediato-cortó la conversación y partió.

Sebastián al llegar caminó hasta la oficina de la directora, pero antes de entrar vio a Patrick sentado en uno se los tallados bancos a las afuera del despacho, se veía algo nervioso pero más que ello aturdido, como meritando culpa de algo.

-¿Te has portado mal?-inquirió su padre, acomodando su bufanda. El pequeño negó.

Entonces el pelinegro si tocó la puerta y a su respuesta se escuchó una afirmación de pase por la voz de una madura mujer; acató la orden, saludó cortésmente y se sentó frente la señora que le citó con la mayor calma del mundo y su parsimonia.
-Es joven...-fue lo primero que comentó la mujer al verlo entrar.

-No mucho, los años se han adueñado de mi-dijo con una sonrisa, restándole importancia.

-Yo no creo, ¿no pasará los treinta, cierto?

-Se equivoca, tengo veintinueve.

-De todas maneras es joven, pensé que era mayor por la edad de su mujer ya que, en la mayoría de las parejas, el hombre es el mayor.

-Sí...ella es mayor en nuestro caso.

-Están separados ¿no?-preguntó sin miramientos.

-Está en la razón-corroboró calmado el pelinegro.

Musa MusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora