II. El deseo de rey Kan

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Diez y ocho años después... en el palacio de los Lemkis.

Hubo un escalofriante momento de quietud. El ejército de guerra de los Lemkis, en hileras de filas y filas interminables, aguardaban en silencio lo que el rey Kan anunciaría. El hombre estaba viejo con barba blanca y pelo largo que se esparcía con el viento. Más allá se encontraba llorando Tamara la hermana menor del rey Kan, visiblemente acongojada, y a su lado el comandante del ejército con rostro sereno.

—¿Dónde está el cristal de fuego? —exclamó como un alarido desde el fondo de su pecho el rey Kan. Tosió. Un viejo curandero que estaba junto a él se paró para secarle el sudor que le caía de la frente.

El rey Kan cerró los ojos hundidos con grandes ojeras, y continuó hablando con una voz cargada de pena:

— Tuve un hijo —continuó el viejo—. Pero me traicionó y se fue,—volvió a toser—  es el castigo por mi rebelión, es mi destino, no tengo sucesor, es difícil aceptarlo.

Mientras hablaba se aproximó un hombre de túnica negra y capucha que no dejaba ver su rostro. Era Zares el líder del Consejo mayor de los Lemkis. La hermana del rey Kan, mujer ya mayor, lo miró con aire de miedo.

—Yo, Zares general del ejército de los Lemkis y líder del Consejo, solicito a su majestad, reclutar cien de sus mejores jóvenes, no del ejército, sino del pueblo, y entrenarlos para guerreros. —señaló a la población que no conformaba parte del ejército reunida en los alrededores—. De entre ellos saldrá el sucesor que al fin traiga la energía que nuestro ejército necesita para recobrar las fuerzas, y volvamos a ser un poderoso ejército de guerra.

De esta forma —continuó Zares— nos enfrentaremos a los Yenlis quiénes son guardianes para evitar que poseamos toda la energía acumulada en el Triángulo de las Bermudas.

El rey Kan levanto la mirada con ojos vidriosos.

—Ve y tráeme al sucesor y el cristal de fuego —Contestó.

Zares comenzó a ascender  desde donde se encontraba el rey postrado, y mientras bajaba unas escalinatas, sopló un viento fuerte haciendo que su rostro desfigurado con ojos de lagarto se descubra al público.

Un ejército decrépito le abrió el paso. Zares tapó nuevamente su rostro, observó las lamentables condiciones de su ejército, estaban  débiles y  parecían muy enfermos, habían perdido toda su energía, a pesar de ser seres mitad humanos mitad salvajes animales. El viento sopló tan fuerte que algunos cayeron al suelo con el simple toque del viento.

El reino de los Lemkis se había establecido en ciudades subterráneas debajo del mar, después de que un cataclismo asolara toda la tierra, era una raza de semihumanos

El cielo parecía una hoguera multicolor a punto de quemar la tierra baldía con poca hierba, era increíble cómo debajo del mar existiera algo así. En la distancia aparecieron unas luces en forma de un par de ojos gigantes que acababan de abrirse, una figura monstruosa de dragón de color rojo emergió, rugió con un sonido ensordecedor llenando el aire con un olor a fuego y azufre.

Todo el reino de os Lemkis al oír esto tembló y se postró ante Sifomoro, la bestia en forma de dragón rojo, que rugió amenazante.

Lejos del lugar, agazapado entre las ramas de un alto y frondoso árbol, unos ojos celestes observaban todo lo que estaba aconteciendo. La figura se agachó al ver la luz del fuego de azufre ocasionada en la distancia por el monstruo Sifomoro.

—¡Ten cuidado!  ¿Y si te ven Karmel? —siseó una voz suave.

—No pueden verme. Sus ojos son débiles además esta oscureciendo.

La última ráfaga de luz iluminó el árbol, la silueta de una muchacha, encaramada en uno de los pocos árboles que habían quedado desde la devastación, se dejó ver.

—Tal vez si lograrán obtener ese famoso cristal que tanto hablan, esta tierra tendría paz —susurró la joven.

—¿Paz? ¿con esta raza? —reprendió la voz —¿con el mismo demonio como dios? ¡no mi niña no!

—¡Chist! —dijo Karmel al ver un guardia pasando —¿entonces dónde esa la paz? dime espíritu del árbol grueso y leñoso, tú que sobreviviste tanto.

Karmel tenía un don, no había nada que ella no supiera sobre la naturaleza a tal punto de hablar con ella. Ella podía controlar al animal más salvaje, de los que solo los más fueres podían domar, y en poco tiempo los tenía comiendo de sus manos. Pronto por su belleza sobrenatural y ese don, desde muy pequeña fue reclutada para vivir en el palacio del rey, para vivir junto a su nana de avanzada edad llamada Shan.

Karmel se crió en el palacio como la hija de Tamara la hermana del rey Kan. Los mozos del palacio comenzaron a hacer apuestas para ver a Karmel enamorada de alguno de ellos, pero tristemente para ellos no podían pasar la prueba de domar fieras que tenía como mascota Karmel, y dominarlos era un requisito previo de su amor.

El viejo árbol comenzó a inquietarse al recordar el pasado, no era posible soltar tanta información en una simple charla, había sobrevivido lo que un mortal no pudo, pensó en cada estrella del cielo, en el aire, en las aguas, en cada insecto, en las gotas de rocío, en la luna, en el hombre que habitaba en la Tierra. Sintió que el planeta dio vueltas, sacudió sus ramas al rememorar la luz que emanaba el cristal de fuego hace años, la última vez que lo percibió al pie del monte llamado Atash, donde desapareció para siempre. Y rogó que nunca lo encontrasen los descendientes de los Lemkis, porque entonces sería el fin.

—La paz está en uno mismo —respondió el espíritu del árbol —no es necesario buscarla toda la vida querida.

Karmel suspiró. Paz o no paz, se dijo a sí misma, necesito respuestas. Envolvió su cuerpo con una capa blanca y se fue corriendo velozmente por un jardín nocturno hacia el palacio. Se detuvo violentamente frente a una puerta y tocó impacientemente.

—Vamos, entra. ¡qué tanto apuro nena! Caramba, ¡eres igualita a tu madre! —dijo Shan. Estaba tan anciana su cabello antes negro ahora era de color nieve, que apenas volvió a sentarse en el sillón ayudada por un bastón.

— Mi querida Shan ¿Quién soy? —preguntó Karmel soltando la capa blanca al suelo, y dejó ver la hermosa figura de una muchacha muy joven —dijiste que cuando cumpla diez y ocho me contarás la verdad, mañana tendré esa edad. ¡Exijo que ... me reveles ese secreto que tanto guardas! No puedo esperar más...














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