III: La revelación de Shan

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Shan ordenó a Karmel, cerrar la puerta con llave para crear de este modo una atmósfera de intimidad y contarle de una vez la verdad. Karmel miró la habitación, era opresivamente pequeña, no tenía ventanas, comprendió la razón por la que últimamente a la anciana le dolían las rodillas. Se lamentó no haberla cuidado mejor éstos últimos años, ya que la mayor tiempo se pasaba en compañía de sus feroces mascotas, tales como pequeños dragones, osos, tigres, y otras criaturas extrañas del bosque.  El corazón le latía por el trote veloz que acababa de hacer.

Un murmullo de voces proveniente de afuera llamó su atención. Karmel escuchó la voz de Cadai Kan, nieto del rey, que la llamaba, obligándola a salir afuera con desgano, pues ella lo consideraba un completo patán engreído, si bien era agraciado.

—Aquí está mi prometida. Has conseguido esconderte en brazos de tu nana ¿eh? Mírate, no tienes aspecto de una futura esposa a ser presentada ante el rey.

Karmel había olvidado que el rey Kan a petición de Cadai, nieto del rey, había ordenado un compromiso, involuntario, entre Karmel y Cadai. Shan observaba desde adentro, achicó los ojos y lo miró con detenimiento. Era un joven elegante de rostro cuadrado y albino, llevaba con donaire anillos de oro que destellaba en sus bien cuidadas blancas manos. A Shan no le gustó lo que vio y no le pareció el ideal conociendo a Karmel, ya que la joven amaba la naturaleza, la tierra, el verde pasto, trepar árboles, cosechar con las manos, criar animales feroces y vió difícil que Karmel se enamorará de un jóven tan delicado.

—¿Qué haces aquí? —dijo Karmel con voz enojada— ¿no te dije jamás aceptaré ser esposa de un completo patán que hasta teme sentarse en el suelo por miedo a tocar barro?

—Jajajaja... preciosa, hoy es nuestra cena de compromiso —contestó sin hacer caso a las palabras de Karmel —hay mucho que hacer, debemos presentarnos en una hora, con vestimenta adecuada. Sino vienes será considerado un acto de desobediencia y eso es imperdonable para mi abuelo el rey Kan, el castigo es la muerte, no quiero ser viudo antes de casarme.

Karmel enrojeció de rabia y volvió a entrar a la casa de Shan y cerró la puerta con fuerza.

Una sonrisa maliciosa de Cadai se hizo presente, y se rió a carcajadas con tal fuerza, que espantó a las aves que dormían en sus nidos y las hizo volar.

—Ese joven brilla —declaró muy apesadumbrada la anciana Shan— pero sin luz propia.

Karmel caminó y tomó asiento en un sillón reclinable y comenzó a balance, sumida en sus pensamientos, y dijo con un suspiro:

—Amada Shan, es difícil saber lo que hay que hacer...

—Me parece que nosotros somos dueños de nuestras decisiones niña Karmel.

—Me doy cuenta que yo no pertenezco aquí, que si pudiera huir ahora mismo lo haría, pero antes quiero saber la verdad Shan, mi querida Shan; si hoy he de morir comprometiéndome con ese tipo sin brillo, o si hoy decido huir e irme buscando mi verdad...

—Pero... si lo hago —continuó Karmel— posiblemente te matarán Shan y yo nunca escucharé de tus labios ese secreto tan guardado hasta ahora.

—Sí, eso es verdad —musitó Shan— si te quedas tendremos tiempo para hablar, si te vas posiblemente nunca sepas la verdad.

—Entonces habla mi nana queida —ordenó Karmel mientras se encaminó a un rincón de la habitación para terminar sentada en el suelo y abrazar sus rodillas con ambas manos —te escucho.

—Tu madre se llamaba Mel —comenzó a relatar Shan con lágrimas en los ojos— era tan hermosa, tenía los mismos ojos azules como los tuyos,  pero ingenua y soñadora.

—Y mi padre ¿quién era?

— Se llamaba Lui, tenaz guerrero, hijo del rey Kan...

—Entonces... entonces... el rey Kan...

—Sí, él es tu abuelo del linaje de los Lemkis, el linaje malvado que busca el poder terrenal. Pero tu madre era la hija del soberano Lawson, rey de los Yenlis quienes son protectores de la tierra, para evitar que se expanda la maldad.

—Mis padres ¿nunca se casaron?

—Ellos estaban muy enamorados, pero era un amor imposible. Por tanto se veían en secreto, consideraban que estaban casados, y que no había necesitad de anunciarlo a ninguno de los dos gobiernos, estaban secretamente enamorados y casados.

A tu madre —continuó relatando Shan con una sonrisa en los labios— le gustaba el canto, a veces componía canciones, era curiosa, ávida de conocimiento sobre otros mundos, nuevas culturas. Pero tuvo que marcharse del lugar...

—¿por qué? ¿No era feliz con su amor y sus canciones?

—Se embarazó —dijo Shan, vehementemente—. La última vez hubo una pelea de mil demonios con sus padres. Yo observaba desde la parte de atrás de la casa. Jamás reveló a nadie lo de su embarazo, simplemente supuso que nadie estaría de acuerdo, yo me enteré de su estado en el camino, pues me fui con ella, escapé con ella, buscamos a Lui para avisarse que iba a ser padre, pero había desaparecido misteriosamente.

— ¿Murió? ¿mi padre murió?

—Nadie sabe, era general de los guerreros Lemkis, posiblemente haya muerto en la batalla y no lo hayan reconocido, o simplemente estará esperando el momento propicio para aparecer.

—¿Ella era muy joven?

—Tenía veinte años, y él veinticinco.

—¿por qué hubo esa discusión con sus padres?

—Ella era la heredera  —habló con una voz débil la anciana—, según las costumbres, al morir su hermano mayor, ella se constituía en la sucesora, quién se encargaría de custodiar el último Cristal de fuego, ésta joya es la llave de la puerta donde se tienen guardadas las energías de maldad antes del cataclismo que asoló la Tierra...

— ¿El mismo cristal que buscan ahora los Lemkis y el rey Kan? ¿Dónde están ahora mi madre y la gema de Cristal? 

Shan tenía la mirada ausente.

— ¿Shan? Mírame, quiero toda la historia, sólo me quedan quince minutos más.


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