Acto 1: Epílogo

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1 de Mayo de 1999

Son las tres de la tarde del primer día de mayo, el cantar de los pájaros se escurre al interior del living de la casa de Bernardo; siendo el único sonido audible del exterior. La zona es tranquila, más en una hora como en la que su visitante ha llegado. Gracias a que el día de hoy es sábado, no tuvo la necesidad de faltar a su trabajo por el luto, pero sin dar importancia a ello su visitante aun así se tomó las molestias de venir; igual a un viejo conocido

–Siento tu perdida, eras en cierta manera apegado a él –dice su visitante con gafas oscuras, apoyando su taza de té media vacía sobre la mesa.

Es verdad lo que está diciendo, sin embargo también hubo cierta razón por la que podría discernir. Una contradicción guiada únicamente por su forma de ser.

–Hay veces en las que sólo deseas ayudar a alguien. Sí, éramos cercanos, aunque no de una manera como puedes imaginarte. –Bernardo revela una amarga sonrisa mientras coloca las tazas de café sobre la mesa, y se sienta–. No nos conocemos hace mucho tiempo, menos de un año ha de ser.

»Sin embargo, mi relación con mis compañeros de trabajo suele ser así de amistosa. Podrías tomarlo como un compañero ayudando a otro, por el simple hecho de que puede hacerlo. Así fui educado.

–Pues no dudo que seas el empleado del mes –contesta Efraín con tono burlón.

–¡Fuh..! Ya que lo mencionas me recordaste que ni una vez lo he conseguido, ni siquiera cuando lo intentaba.

Hasta hace unas horas sus nervios lo tenían tenso, y no fue hasta que Efraín llegó y habló sobre el asunto con él que logró tranquilizarse. De cierta manera, pudo sentir un desenlace similar, como una vaga predicción del futuro.

¿Hubiese ocurrido el mismo final si actuaba con más determinación?

No, estaba predestinado.

–Esto ocurrió porque ignoramos a esa mujer, así que al menos por eso te pido disculpas en nombre del CdD.

–No tienes por qué, lo que sucedió no tenía relación con su trabajo.

Mientras Bernardo preparaba el café Efraín había dejado sobre la mesa un informe, pero lo ignoró. Primero lo movió a un costado de la mesa y dijo: «No me interesa saberlo, no me concierne para nada».

¿Acaso saberlo cambiaría algo? No, al menos así se lo imagina él. Luego de cometer el crimen ella se entregó a la policía, así que el conocer su identidad no tendría importancia.

Emilio Ríos, su compañero de trabajo, alguien que se podría llamar «su amigo» fue asesinado ayer en la noche por una mujer con la que supuestamente salía. No obstante, su muerte fue confirmada al instante en que entró en la sala de operaciones, los cirujanos ni habían tenido tiempo de tomar sus bisturís para tratar las heridas.

El hombre que no consideró la traición. Aquel que por mera casualidad conoció a una mujer en un campo de tiro, y se enamoró. Quien dio como primer regalo una invaluable caja musical antigua. El hombre que fue engañado. Él, la persona que otorgó como castigo la muerte hacía su mujer y el amante de ésta.

¿Así lo quiso? ¿Planeó que todo terminara en una masacre?

Bernardo es el único que conoce que luego de un año, Emilio aún permanecía sobre el tibio charco de sangre. No se había despegado de la escena y quedó estático en una grabación sin fin, reproducida por un retorcido ser que alaba las desgracias.

Cuervos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora