Acto 0: Prolog.

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¿Esto es mi culpa verdad?, ¿Aquí aterrizo el castigo de aquella divinidad que tanto odié?, ¿Qué tan pecaminosa es mi existencia para permitírsele vivir en penuria incluso bajo este infierno helado? ¿Cuándo fue que las ardientes llamas se tornaron filosas lluvias de cristales?

El solitario ente se lamenta. La vespertina luz del ilusorio sol se desliza por las fauces de la cúpula, que en su tiempo exhibía magníficas e inmutables figuras de santos, posándose finalmente en aquel ser recostado sobre crujientes cristales.

Graznidos se escapan desde las oscuras sombras en el cielo, que aletean lentamente bloqueando los rayos del sol. Ellos son quienes han venido a purgar su pecaminosa alma, y ansiosamente revolotean hasta el momento en que el ente libere su último suspiro. Oh qué malévolas, qué ruines y despreciables son aquellas figuras ante los ojos color avellana del ser postrado inmóvil.

El ente los odiaba, despreciaba cada una de las cosas que le hacían, por eso no se arrepiente. Pero aún así a ella la amaba. Nunca lo protegió, nunca lo amó, sus labios jamás soltaron palabra que no fuera insultante hacía su ser. Pero aún así la amaba. Lágrimas tan pequeñas como gotas de lluvia pincelan suavemente su pálida piel. Ya nadie puede oír su pecado. El mundo se ha vuelto un silencioso páramo desértico.

Con mis manos podría alcanzar esas sombras, que con tanto anhelo espero su descenso para que finalmente se lleven mi pecado. Pero los hilos que las mueven se han cortado cuando el solitario amanecer inicio, y las brumosas sombras dominaron los cielos sobre la destruida cúpula.

 

Una sombra posa su oscura figura encima de la gigante cruz del apocalíptico altar. Otros siguen su ejemplo y bajan al suelo de piedra caliza y a los largos asientos de roble maltrechos. Al unísono expulsan con gran histeria sus perturbadores graznidos.

El sonido de un golpe como la embestida de un toro resuena encolerizando aún más a las brumosas sombras. Las pupilas del ente oscilan hacía la indulgente luz que abre su paso, no del cielo, sino de una enorme puerta que nunca ha dado paso a incrédulos. Allí dos sombras más grandes, una con una figura sutil con ligeras curvaturas y otra con un contorno más recto y firme, permanecen entre el portal del apocalipsis y el reino divino.

¿Ellos son los verdaderos verdugos que extraerán mi pecado?

Las sombras dan su primer paso al helado infierno. Los graznidos se elevan, perdiendo la armoniosa sincronía de su concierto. Y en meros segundos las nuevas sombras se detienen, vacilantes y confusas ante el inmutable ente sobre la cama de cristales. Solo transcurre un momento para que una de estas sombras se encogiera, posara una extremidad de su ser en el ente y sin miedo, odio o tristeza en su apacible voz esta le dijera...

–Nosotros sanaremos tu alma.

Cuervos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora