Acto 1: Capítulo 2

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Capítulo 2: Sombras difusas

En las oscuras tinieblas, fundido entre las finas agujas de agua que caen del cielo es derramada la miseria de un hombre. Un trasparente liquido se desliza por su ensombrecido rostro, a la vista jamás se podría saber si son lágrimas o restos de aquel diluvio chocando contra su desplomado ser.

Frente a él, a solo unos metros, dos sombras juegan y bailan juntas a través del ventanal; con gran pación se mueven, tocan y fusionan. Una elocuente obra de teatro.

El hombre se levanta. No recuerda cuanto tiempo ha permanecido observando aquella casa. Gira su cuerpo, aún con la vista en las juguetonas sombras, y marcha hacía algún desconocido lugar.

Y así –marcando su futuro próximo–, Emilio desaparece entre las penumbras olvidando a su hogar como suyo.

5 de Octubre de 1998

Una mujer rascando sus ojos y con un paso bastante flojo baja con lentitud por la escalera, mueve su cuerpo a la derecha e ingresa a la cocina. Allí sentado, leyendo su diario como siempre, se encuentra la persona que desde la mañana del día anterior no había pisado suelo en la casa. Ella se congela por un instante al verlo, realmente había estado preocupada.

Tal es su entusiasmo con aquella lectura que ni escatima en siquiera mirarla de reojo. Para él no es más que un fantasma: algo invisible e intangible.

–Anoche no volviste, –intenta decir con indiferencia.

–La jornada se extendió más de la cuenta. Para cuando acabamos ya no había transportes transitando ni taxis por la zona operando, así que tuve que dormir en la oficina. –Ni siquiera levanta la vista del diario al hablar.

Los ojos de ella vacilan temerosos. Su pecho se siente presionado; sus ocultos secretos, que incluso él desconoce, la devoran por dentro en el simple instante en el que lo ve, y ni hablar al conversar. Debe darle final, ya no puede vivir en mentiras.

Las agujas del reloj se mueven con ferocidad y durante un largo tiempo no hubo intercambio de diálogos, miradas o gestos. Incluso el aire sentía pavor al moverse.

Entonces, la intensa atmósfera es desgarrada por un alarmante ruido –proveniente de aquel antiguo reloj postrado sobre la blanca pared. Él abandona su lectura, termina los restos de café en su taza de un solo trago y con apenas un sencillo saludo marcha junto con su fiel maletín al exterior de la casa.

Al igual que ayer y anteayer, ella se detiene frente al teléfono público en la calle principal. En contraste con las veces anteriores ahora hay una tajante diferencia en la razón que la impulsa.

Su mano derecha toma el teléfono y marca con cierto nerviosismo. Unos entre cortantes sonidos salen del auricular colocado junto a su oído y, luego de un breve instante, se detienen cuando él atiende. Al otro lado resuena, con un desabrido saludo, una voz grave pero al mismo tiempo suave y vaga, como si recién se hubiera despertado.

–Hola, Marco, soy yo. Necesito que nos encontremos. Entre más pronto sea, mejor.

Silencio predomina durante un momento. Cuando ella estaba a punto de insertar otra moneda en la maquina, él finalmente habla. Su voz, que ya no guarda ningún rastro de somnolencia, hace que de alguna manera aumente la ansiedad que la asedia.

–Nos vemos esta tarde, en el lugar y hora de siempre.

La llamada finaliza por sí sola y un lineal pitido inunda su tímpano. No necesita colocar otra moneda, el tiempo que le quedaba fue suficiente. Un escalofrío repentino recorre su columna como si fuera una montaña rusa. En tan solo un intercambio de unos pocos diálogos, ella percibió como si cada una de estas hubiera sido dicha por diferentes personas.

Cuervos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora