Acto 1: Capítulo 4

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Capítulo 4: La sombra de la culpa


Lo primero que vio fue el cielo, luego el mar y la arena. Dos personas acababan de encontrarse. De alguna forma, él sabía la fecha: 13 de julio de 1995, el día que ellos sellaron su futuro. Las aves cantaron felices, el agua bailó bajo el ocaso y el viento los abrazó. El rojo hilo del destino se enredó en sus dedos.

Él saco del ajustado bolcillo de su pantalón una pequeña caja, su decorado era simplista y la pintura se veía desgastada -sólo era una antigua caja-, pero en el momento en que la abrió una dulce melodía sonó.


Su presente hacía ella. La promesa al fin cumplida.


Lagrimas cayeron del joven rostro de ella, sus manos habían ido automáticamente hacía la cajita musical. Los dedos de ambos se tocaron y, al igual que niños, desviaron sus miradas. Y después rieron. Sus felices carcajadas viajaron por toda la playa.


Entonces el mundo se consumió en un profundo naranja. Todo volvió a cambiar. La anaranjada luz provenía de una lámpara en el techo, por debajo se expandía una larga mesa cubierta por un fino mantel, donde un exquisito banquete desprendía su encantador aroma. Y rodeando ésta; personas de diversas edades comían, bebían, hablaban y reían felices.


Entre la aglomeración, sentado uno frente al otro, estaba la pareja de la playa, comiendo más lento que los demás con sus rostros colorados. Sin embargo, en comparación con el resto sus sonrisas eran más grandes que las de cualquiera dentro del comedor.

En la esquina de la mesa rectangular, un hombre adulto -en sus cincuenta- se levantó de la silla con una copa en su mano y dijo: -Ya que todos estamos acá, por qué no les otorgamos a estos tortolos un cálido brindis.

Con el movimiento de las copas siendo alzadas gotas de alcohol cayeron sobre el mantel. Dentro de la sala existió una embriagadora felicidad que ni siquiera el exceso de bebida parecía poder arruinar.

Él miró el almanaque pegado sobre la pared, ya había pasado más de un año: era el 19 de julio de 1996.

-¡Mi hermanita ya ha pasado un año entero con su hombre!, quién diría que existiera uno que la soportara tanto -dijo una joven mujer mientras abrazaba a su sonrojada hermana menor.

-¡Wa! ¡Parece que alguien se ha pasado de copas!-gritó una chica, siendo esta mucho menor a las otras dos.

-¡No me molestes enana! ¿No puedes ver que estoy en abstinencia? -contestó la otra mientras enrollaba más sus brazos en su hermana-. ¡No quiero que mi hermanita se vaya a vivir con un hombre!

»No lo tomes a pecho, chico -agregó mirando al joven sentado frente a ellas.

-Yo también soy tu hermana, ¿sabías? Además, tú no eres la más indicada para hablar de ello... -contesto la más joven de las tres.

De repente la luz se apagó. Parecía que nadie se asustó ni enojó por ese hecho, tomándolo con completa naturalidad.


-Oh, otro apagón, ¿no es el tercero de esta semana? -dijo la voz de un hombre.


La luz parecía jamás regresar.

El tiempo y el espacio volvieron a ser trastornados, siendo algo que únicamente el cuerpo del observador podía sentir, de manera similar al efecto secundario de un medicamento vencido. El mundo era oscuro y sin importar cuanto pasara sus ojos jamás lograban atravesar esas penurias. En un momento sintió que su edad era quebrada y retornada a un punto cero. Y sintió miedo como un niño envuelto con sus sabanas en un día de tormenta. El corazón le palpitaba tan fuerte que sentía que pronto éste rompería su pecho y saldría corriendo, la sangre volaría por el vacío sin que nadie nunca sea capaz de conocer su paradero.

Cuervos del DestinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora