CAPÍTULO 7

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—¡Madre mia Sam! ¿de dónde le has sacado?— chilla mi amiga riéndose a carcajadas, yo la doy el segundo codazo de la noche y la dedico una sonrisa lastimera.
Aún no he pensado detenidamente en la gravedad de la situación, quizás este fuera el primer aviso de muchos, quizás vendrían cosas peores. No tengo ni idea de quiénes son los saltadores oscuros, no sé nada de ellos.
Veo que Bridget me observa expectante y me doy cuenta de que llevo varios segundos ensimismada en mis pensamientos.
—No es para tanto Brid... es solo un chico.— murmuro levántandome de la cama. Me asomo por la ventana y veo como el jaguar negro se pierde en el final de la calle y desaparece.
—¿¡Qué no es para tanto!? Podrían contratarle en Abercrobie y la cosa se quedaría corta —grita mirándome con los ojos muy abiertos y no puedo evitar reirme. Bridget siempre sabe sacar el lado bueno de las cosas, y eso me encanta.
—Cálmate— la digo riéndome —tienes que intentar dormir un poco, me quedaré contigo ¿de acuerdo?

—Ya... pero hay un montón de personas ahí abajo esperando tequila con limón... un momento ¿Qué narices haces con el pijama puesto? ¡Ibas a dormir con él!

—Eh no... no iba a dormir con él, no es lo que piensas Brid, ya te lo explicaré solo confía en mí, y ahora voy sacar a todas esas personas de tu casa,así que ¡olvídate de los tequilas!— digo poniéndome nerviosa, se me había olvidado completamente que llevaba el pijama puesto, con las prisas no me había dado tiempo a cambiarme y ahora había hecho el ridículo delante de todos al entrar con mis pantaloncitos de niña pequeña. 
—Quédate aquí, ahora vuelvo.— y salgo por la puerta.

Al bajar las escaleras me topo con Marcus. Lleva una jarra de hielos y un par de trapos, se tambalea un poco al verme pero enseguida se pone derecho.
—Voy a decirles que la fiesta ha terminado— comento mientras bajo un escalón.

—Oh, ya no hace falta, tu amigo los echó a todos. Un gran alibio para mí, pensé que tendría que ponerme a hacer veinte cubatas— dice sonriéndome y yo abro la boca sorprendida.
—¿Cómo que los ha echado?—pregunto con precaución para que no note mi estado de perplejidad y cabreo al mismo tiempo.
—Bajó y les dijo que era hora de irse casa. Nadie dijo nada y en menos de un minuto se habían marchado todos. Tu amigo impone mucho, la verdad—dice entornando los ojos como si quisiera decir algo más, pero nada sale de su boca
—Mmm...  vaya—consigo decir. ¿Por qué habrá hecho eso? No puedo evitar sentirme más cabreada. No tiene derecho a echar a unas personas que no conoce, aunque por otra parte, ya no tengo que hacerlo yo.

—En cuanto le suba esto a Bridget me iré, no te preocupes— dice subiendo las escaleras, yo le sigo y ambos entramos en la habitación. Brid suelta una risita nerviosa al ver a Marcus y observo como este se sonroja levemente, me he debido de perder algo, porque parecen dos enamorados en toda regla.

—Marcus no hace falta que te tomes tantas molestias—dice mientras se coloca el pelo hacia un lado. Sin saber muy bien que hacer le cojo amablemente a Marcus la jarra helada y la coloco en el escritorio de Brid. Empiezo a notar que estorbo en esta habitación y me meto las manos en los bolsillos de la sudadera.

—No ha sido ninguna molestia— carraspea clavando la mirada en el suelo como si se avergonzase de algo
—Buenas noches a las dos, que descanséis.
—Buenas noches— decimos al unísono, la puerta se cierra detrás de él y un minuto después oímos arrancar su coche.
—¿Me he perdido algo?—pregunto insinuando lo obvio.
—Quizás...—murmura mirando a otro lado —Nos lo estabamos pasando muy bien ¿sabes?, incluso pensé que podríamos llegar a... ya sabes... besarnos.
—Tendréis otro momento, estoy segura— la cojo la mano y se la aprieto. El ojo se le está empezando a poner morado y verde en la zona del párpado. Suspiro y la miro con lástima, ella se da cuenta y me regaña.
—Vamos Sam, deja de poner esa cara de perro abandonado, estoy bien.
—Lo sé, lo sé es solo que no sé que haría si te pasara algo, simplemente mi mundo no seria el mismo.
—¡Tía! No vas a perderme nunca, olvidemos lo de esta noche ¿vale?— me abraza tan fuerte que no puedo evitar soltar el aire que me oprimía la garganta. Desde hace rato notaba un nudo que me impedía hablar con claridad, pero ahora el cansancio empieza a aparecer y siento la necesidad de dormir urgentemente. Apagamos las luces y me meto con ella en la cama, alcabo de unos minutos la oigo roncar y yo me duermo con sus sonidos rítmicos.
A la mañana siguiente me levanto e intento no hacer ruido, sé que Brid necesitará el día entero para dormir y no me gustaría levantarla ahora. Sus padres se habían ido el finde semana entero a un spá en el norte, supongo que por eso no responden a las llamadas.
Dejo en su escritorio una nota bastante clara: Cuando te despiertes escríbeme, tienes pastillas para el dolor en la cocina, besos. Sam.

Probablemente lo leerá y se le olvidará escribirme, pero de todas formas pienso llamarla las veces que haga falta. Me pongo el vestido arrugado de anoche y encima la sudadera, salgo de la casa pero al instante noto como mi cabeza empieza a dar vueltas. Seguramente sea por la acumulación de estrés estos días, sí, estoy segura de que es eso.
Me doy cuenta de que no tengo forma de llegar a casa a no ser que sea a pie o en taxi, pero no me queda dinero y andando tardaría media hora como poco. La sensación de mareo se agraba y siento la necesidad de apoyarme en la pared cuando oigo los neumáticos de un coche acelerando al final de la calle. Es su coche.
Empiezo a andar en dirección contraria intentando no caerme, la cabeza me explotará de un momento a otro y no quiero encontrarme otra vez con él. Le odio, estoy segura de ello. Su caracter es inaguantable y lo último que necesito ahora es mantener una conversación con un inútil.
—¿Estás hullendo de mí preciosa?—pregunta desde la ventanilla sonriendo, su dentadura es perfecta. Ha bajado la velocidad del coche y yo le lanzo una mirada de odio con el rabillo del ojo y resoplo. Lleva una camisa blanca y el pelo revuelto mojado.
A dónde irá tan elegante a estas horas de la mañana, a una fiesta seguro que no, desde luego.
—No—refunfuño y acelero el paso.
—Entonces ¿esa cara de amargada a qué viene?
—¡¿PERDONA?!—grito perdiendo la compostura. No puede ser, ¿es que no piensa dejarme tranquila?
—Solo intento llegar a casa sin que un imbécil me persiga—refunfuño por lo bajo.
—Creo que vas por el mal camino.
—¿Qué yo voy por el mal camino? Mírate a ti, por dios— resoplo tan fuerte que me entra un poco de tos, pero lo disimulo rápidamente.
—No. Digo que a tu casa se llega por el otro lado Samanta.—el coche se para y oigo como se ríe. Siento como el calor sube por mis mejillas y no puedo evitar sentirme humillada. Sin embargo la vista se me nubla y a penas siento el cuerpo, noto un hormigueo que me recorre las piernas y me apoyo sin más remedio en el capó del jaguar para no desplomarme.
—Eh, ¿Estás bien?—pregunta saliendo del coche, su expresión se ha vuelto seria de repente y se me pasa por la cabeza la estúpida idea de que quizá no le caiga tan mal como parece. Después del beso de a noche la tensión ha aumentado entre nosotros de una forma extraña, por mi parte, ha hecho que le odie aún más.
—Sí, me duele un poco la cabeza, nada más— murmullo irguiendome en el sitio. No quiero que note que estoy a punto de desmallarme.
—Estás blanca como la leche—dice entornando los ojos y una sonrisa se dibuja en su perfecto rostro.
—Genial...—refunfuño. Debo de estar horrible y él lo ha notado.
—Vamos, creo que es hora de conozcas a unas cuantas personas—dice señalando el coche con la cabeza y me indica que entre.
—Tengo que ir a casa, de verdad— suplico y pongo mi peor cara de enferma.
—Donde vamos te darán todo lo que necesites, medicinas, ropa limpia e incluso podrás darte una ducha—dice mirándome de reojo. Es increible lo mal que puede hacerte sentir esa clase de miradas. Pero tiene razón, no me vendría mal una ducha.
—¿Y a dónde se supone que vamos?
— Ya lo verás, teniendo en cuenta lo mucho que te gustan los museos, creo que esto te encantará. Y ahora hazme el favor de subirte al coche sino quieres que te meta yo.
—Está bien— digo poniendo los ojos en blanco y me meto en el asiento del copiloto. El arranca y se pasa la mano por los rizos mojados.
—No estás tan mal como crees.—dice mirándo al frente, sus labios se curvan hacia arriba y yo resoplo de indignación ante su especie de ironía o cumplido, no sé que es peor.

TEMPUS FUGIT (parada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora