—¿Por qué te marchaste así sin más a noche? Creo que no diste muy buena impresión a Bridget—pregunto mirando por la ventana, aunque la realidad fuese que Brid se había vuelto loca al verle, necesito saber más.
Estábamos entrando en la Great Russel Street y el Museo Británico estaba justo en frente nuestra.
—¿Es que es eso lo único que os importa a las chicas como vosotras? ¿Dar una buena impresión?—dice apretando los nudillos y yo empiezo a notar el calor en mis mejillas. Ahí estaba de nuevo el verdadero Alexander.
—¡No! ¡¿Y a qué te refieres con ''chicas como nosotras'' ?!—grito y le resoplo a la ventana con demasiada fuerza que hasta consigo empañarla un poco.
—Déjalo, me pones nervioso con tanta pregunta.
—¿Qué yo te pongo nervioso? Eres tú el que me tiene histérica con tanto secretismo— digo y le lanzo una mirada asesina. Ni si quiera sé por qué he dejado que me trajera hasta aquí, podría estar perfectamente en casa y mi padre no estaría volviéndose loco preguntándose dónde narices estoy.
—Ya hemos llegado.—dice en tono cortante.
Increíble. Es tan temperamental que me dan ganas de tirarme de los pelos. ¿Porqué no puede simplemente responder a mis preguntas?Aparca el coche en frente del museo y la curiosidad hinunda todo mi ser. Aunque por otro lado, un museo es lo que más pega en todo este asunto de los viajes en el tiempo, no sé porqué me sorprendo.
Bajamos del coche y cruzamos la calle en dirección al enorme edificio. Había estudiado la historia del Museo Británico, pero a penas recuerdo la teoría. Era un edificio neoclásico, eso estaba claro y sé que albergaba un montón de colecciones antiguas. Creo que tenía doce años cuando estudié acerca de él.
Alexander camina delante mía, sacándome una distancia considerable debido a que sus piernas son mucho más largas que las mías y no puedo evitar fijarme en lo bien que le queda la camisa por detrás.Entramos en el edificio por una salida de emergencia la cual conduce a unas escaleras del subsotano. A pesar de que a fuera hace más o menos calor, al bajar se me pone la piel de gallina, la temperatura ha disminuido diez grados como mínimo.
Llegamos a un aparcamiento o algo parecido, totalmente deshabitado, es un espacio enorme con paredes y suelo de piedra gris. Me percato en las numerosas camaras de seguridad del techo, hay una por cada columna. Recorremos el sótano en silencio hasta que llegamos a un portón de hierro pintado de gris como el color de toda la estancia. Al lado hay una camarita y un teclado. Alexander introduce lo que parece ser una especie de contraseña y la puerta se abre haciendo un ruido siniestro y agudo. Entramos y esta se cierra al instante haciendo el mismo ruido.
—¿Impresionada?—pregunta y una sonrisa juguetona aparece en su rostro.
—Solo un poco—digo mirando a mi alrededor. Estamos en una sala iluminada por unos focos enormes que cuelgan del techo. Está repleta de vitrinas y estanterías llenas de artilugios y libros antiguos. Poso mi atención en un sarcófago enorme situado en el medio de la habitación. La pintura en oro de la tapa me deja perpleja y no puedo evitar acercarme más. De nuevo la familiar sensación de mareo se apodera de mí y las piernas empiezan a flojearme.
—¡No!— grita detrás de mi pero yo ya estoy demasiado cerca para darme cuenta de lo que está sucediendo. Me doy la vuelta antes de caerme, pero él ya ha desaparecido ante mis ojos y en su lugar hay una sala completamente distinta.
Huele a podrido y a descomposición, como cuando diseccionas una rata en biología.
Me levanto del suelo y me sacudo el polvo del vestido. Saco el móvil y enciendo la linterna para ver mejor, cuando mis ojos se acostumbran a la penumbra diviso el sarcófago en el centro de la cámara junto con un montón de basijas, las cuales estarán llenas de cerebro y órganos biscosos. Me estremezco al pensarlo y me entran arcadas.
Es una sala completamente cerrada, no hay salida.
Empiezo a agobiarme cuando oigo un zumbido detrás de mí. Me giro y al instante mis músculos se relajan al verle frente a mí.
—No se te puede dejar ni un minuto sola eh— dice en un tono neutral. Sus ojos inspeccionan la sala con interés y yo le miro perpleja. No es mi culpa que mi cuerpo salte a través del tiempo cuando le dé la gana.
—¿Cómo has conseguido viajar a la misma época que yo?
—Por tu ventana temporal. Cuando saltas de una época a otra una ventana se abre y yo puedo viajar a través de ella.— dice cogiendo una de las vasijas.
—Oh vaya—susurro, anonadada.
—Estamos en una tumba egipcia, propablemente en torno al 900 AC.Vaya sorpresa, no me había dado cuenta.
—Podrías coger cualquier enfermedad sino dejas de tocar esas cosas— le aviso mirándole de reojo.
—Y tu podrías estarte callada por una vez en tu vida— dice poniendo los ojos en blanco. Resoplo y no digo nada. Muy bien, si quiere que esté callada, lo estaré.
Me apoyo contra la pared cruzando los brazos al pecho y le observo. La llegada a esta habitación le ha llenado de polvo como a mí. Tiene un moflete con un manchurrón negro de suciedad y no puedo evitar imaginarme cómo estaré yo.
Empiezo a impacientarme cuando veo que curiosea con un mosaico en la pared, me encamino para verlo mejor pero el presiona una piedra y el suelo se abre bajo sus pies, instintivamente doy un salto mortal y le agarro por los brazos y ambos caemos al suelo, a salvo.
Se me empieza a nublar la vista y lo siguiente que veo al abrir los ojos es la sala del sotano en la que nos encontrábamos. Suspiro de alibio al ver que hemos vuelto al presente, sin embargo abro los ojos de espanto al ver que estoy tirada encima suya. Me levanto como puedo tambaleandome y el se frota los ojos haciendo una mueca de dolor.
—¿Te has hecho daño?—pregunta apoyándose sobre los codos.—Estoy bien.
—Hum... Gracias por salvarme— musita pasándose la mano por los cabellos enredados y me mira a los ojos.
—No hay de qué— digo y clavo la mirada en mis zapatos. Al menos reconoce que he salvado su asquerosa vida.
Comienzo a sacudirme la suciedad cuando aparecen dos hombres por una puerta en la que ni si quiera me había fijado porque está pintada con los colores del ladrillo de la pared. Supongo que para que nadie sepa que está ahí.
Uno de ellos es tan alto como Alexander pero mucho más mayor, el otro es bajito y rechoncho. Tanto que al instante me recuerda a Santa Claus.
—¡Alexander! ¿Estáis bien? hemos escuchado un estruendo, hemos llegado lo antes posible— exclama el gordito. Y me río para mis adentros al imaginarlo corriendo hacia aqui con sus piernecitas. Ambos tienen la respiración acelerada.
—Estamos bien James—dice levantándose.
—¿Qué ha pasado?—preguntan casi al unísono.
—Ha sido esa momia, nos ha llevado hasta el antiguo Egipto y por poco caigo en una trampa—dice señalando el sarcófago
Sí y por poco mueres si no fuera por mis increíbles reflejos.
—¡Oh la pequeña Tamut! Siempre dando problemas—exclama Santa Claus.
—¿Tamut?— pregunto desconcertada y los tres posan la atención en mí.
—Sí señorita Stone, Tamut es el nombre de la momia que ha causado vuestro pequeño contratiempo al pasado. Esa momia tiene un fuerte poder que nunca hemos logrado entender del todo. En la antiguedad era una simple cantante.
—¿Perdona pero, me conoce?—pregunto al escuchar mi nombre y olvido casi al instante todo lo que ha dicho de la tal Tamut.
—Oh pues claro que sí Señorita Stone, llevábamos tiempo esperándola. Este granuja ha tardado más de lo esperado en traerte hasta nosotros.— dice sonriendo a Alexander.
—Mmm—es el único sonido que sale de mi garganta. Alexander me mira con el ceño fruncido y cambia el peso de una pierna a la otra.
—Creo que tenemos mucho trabajo por delante, así que ¡es mejor que nos pongamos manos a la obra!—exclama Santa Claus ofreciendome el brazo para que me enganche a él. Lo hago obedientemente y nos encaminamos a la puerta secreta.
—Es un placer conocerla Señorita Stone, me llamo Karl Winston— dice el otro hombre.
—Humm el placer es mío— consigo decir. No estoy acostumbrada a que me traten de esta forma tan... formal por así decirlo. Además, desde que conocí a Alexander he estado sometida a sus constantes comentarios ofensivos. Me reconforta saber que alguien me tratará respetuosamente en toda esta pesadilla.
Alexander se mete las manos en los bolsillos y camina detrás de nosotros con la cabeza gacha, sin saber muy bien por qué, le lanzo una mirada y sonrio al ver que sigue teniendo sucia la mejilla.
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TEMPUS FUGIT (parada)
AbenteuerViajar al pasado significa poder cambiar el futuro, pero quedarse en el presente significa no poder ayudar al mundo. Solo han existido cien saltadores del tiempo, más de la mitad ya han muerto, Samanta es uno de ellos y sigue viva, muy viva. Acab...