EL sol ya se ponía, pintando de diferentes tonalidades de rojo aquellas nubes dispersas en el amplio cielo, aquella mujer por los altavoces anunció la llegada a aquella enorme ciudad atestada de autos, personas y rascacielos. Miró con curiosidad por la ventanilla, le pareció monstruosa, como una enorme maraña de engentadas calles envueltas en espesas tinieblas de movimientos y ruidos incomprensibles.
Su mirada se quedó clavada en aquellos edificios. Había llegado a Londres con la esperanza de refugiarse en el anonimato que ofrece una ciudad tan grande, en donde eres uno más de esos fantasmas que vagan por la ciudad, uno más en el transporte, en el café, en el parque...
Buscaba camuflarse, mimetizarse como hacen los camaleones, ser más invisible, pues esa era su parte favorita de la vida, es decir, todos ponían sus ojos en los que sobresalían por su belleza, sus habilidades o su riqueza, ella era más bien un observador más en la oscuridad, no tenía que preocuparse por hacerlo todo bien, por cometer o no errores para mantener su visibilidad. Una mano en su hombro la sacó de su ensimismamiento, era una de las empleadas, ya todos habían bajado solo faltaba ella, le sonrió a aquella chica y tomó su maleta, su equipaje de mano y salió, todo parecía confuso, la gente iba de aquí a allá, casi sin darse cuenta, una enorme masa homogénea de personas la arrastró hasta la puerta de la cafetería en donde vio a aquella mujer de sonrisa amable sosteniendo un cartel con su nombre – ¿Tía Martha... Martha Hudson? –Se acercó un tanto temerosa.
-¡Samantha! Cariño, eres tu- Respondió la mujer con alegría –¡Pero qué grande estás!
La joven sonrió de lado –Hace mucho que no nos vemos –Sus ojos se nublaron de tristeza la última vez que se habían visto había sido en el sepelio de su madre.
La mujer la abrazó -¿Esas son todas tus cosas? –Señaló la única maleta que llevaba Samantha –Dijiste que no ocuparías mucho espacio pero...
-Ah no, papá mandará algunas más por paquetería... No serán muchas tampoco, no soy de muchas pertenencias, y bueno tengo que empezar por mi cuenta.
La tía Martha la miraba encantada, Samantha no era hermosa, pero tampoco era un espanto, tenía su encanto y simpatía, bajo aquel gorro azul, salían unos bucles rojizos bastante largos, y de la parte de enfrente un espeso fleco que cubría casi por completo la mitad de su rostro y bajo éste se distinguían rasgos finos de su rostro, detrás de unas gruesas gafas un par de ojos color avellana de mirada tristona pero bastante bellos, su figura era alta y no muy esbelta, un tanto encorvada y de aspecto tímido.
La mujer la ayudó con su equipaje de mano -Será mejor que tomemos un taxi –Salieron a buscar el taxi, todo era demasiado nuevo para la recién llegada, solía vivir con su padre y cuatro hermanos, en un pueblo en los límites de Escocia, de paisajes tranquilos, lleno de hermosos acantilados que emergían de las profundas aguas marinas y se elevaban con ímpetu, ahora aquella ciudad parecía tan complicada.
Ya había caído el sol cuando el taxi detuvo la marcha frente al 221B de la calle Baker, ambas bajaron y caminaron hasta la puerta que señaló la tía Martha, frente a la cual había dos sujetos, fue la primera vez que le vio ahí de pie, con mirada impaciente, era un sujeto alto, bastante alto aunque no extremadamente alto, su figura era esbelta y elegante, suave pero imponente, de cabello rizado, frente a él otro hombre, de menor estatura, que parecía discutir con él, sin embargo el primero parecía hacer caso omiso.
Al acercarse, pudo verlos mejor, en el hombre alto advirtió un par de ojos azules, un tanto rasgados que le daba el aspecto de un astuto felino y que en conjunto con el resto de sus rasgos faciales, daban al sujeto un aspecto de viveza, sin embargo era imposible pasar por alto el aspecto desalineado del hombre, que vestía una sudadera gris con manchones de tierra, un pantalón de gimnasia bastante flojo y unos tenis bastante desgastados además de bello facial de varios días sin rasurarse, su mirada era severa e intimidante, desvió la mirada a su acompañante, un hombre de rostro tranquilo y apacible, de una mirada y sonrisa amables que cuadraban con el resto de su persona, pero bastante serio, apenas más alto que Sam y de cabellos rubios y canos, bastante sobrio en su manera de vestir, ambos miraban a donde la Tía Martha, sin embargo el primero, lanzaba miradas inquisitivas a la joven que se sintió demasiado observada por él, era como si su mirada fuera más allá de solo ver a alguien nuevo con curiosidad, al principio temió pensando que aquel sería un acosador, un violador o un ladrón, sobre todo por su manera de vestir, podría ser que quería entrar a la casa a robar y e otro sujeto lo atrapó en el acto.
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The Music Of Love
AléatoireElla es una chica ordinaria y común, de esas que tienen que repetir cientos de veces su nombre frente a las personas que siempre lo olvidan, eso la hace sentir invisible la mayor parte del tiempo, sin embargo no tiene problema alguno con ello pues s...