Era 27 de diciembre, el 2010 estaba por terminar el ambiente festivo "asfixiaba" según Samantha, por todos lados de una forma que desgastaba sus últimas reservas de felicidad.
Estaba en aquella estación de trenes, la misma a la que había llegado meses atrás, estaba encorvada en uno de los asientos con un periódico en las piernas, "Río de Asia en la antigua URSS (tres letras)" Repasó en su cabeza por un par de minutos "Oby" lo anotó, se quitó los audífonos y dejó a un lado el diario, se puso de pie frente a aquellas enormes pantallas azules que anunciaban la salida de trenes, con la mano derecha sujetaba aquella pequeña maleta, la izquierda la tenía cerrada con fuerza mientras mordisqueaba la uña de la misma, sus labios temblaban y no exactamente por el frío, parecía bastante nerviosa, sus rodillas se movían a un ritmo singular. El barullo habitual en un lugar tan atestado de personas, era arrastrado a cada rincón de la estación, risas, charlas difíciles de comprender, llantos de bebés, hombres hablando por el móvil, el ruido de las llantas de maletas siendo arrastradas, ruidos que se mezclaban en un murmullo casi uniforme y estresante, la joven se veía ajena a los mismos, solo estaba concentrada en sus pensamientos.
Fue hasta que sonó la voz que anunciaba las salidas por los altavoces, que se concentró en escuchar lo que pasaba a su alrededor. Aquel hombre se disculpaba por la agencia y anunciaba la cancelación de los viajes el resto de día por el clima. La pelirroja suspiró tranquila, como si un enorme peso se hubiera desalojado de su espalda. Observó a su alrededor y vio a los trajeados de negocios maldecir por lo alto, a las familias que se disponían a vacacionar con sus caras de tristeza, y a las parejas desilusionadas, nadie en toda la estación tenía ese aspecto tranquilo de Samantha luego de aquel trágico anuncio.
Y no es que quisiera quedarse para siempre en esa ciudad llena de caos, en verdad quería ir a pasar esos días con su papá y hermanos, pero había algo que la detenía, la cobardía, esa por la que siempre se había caracterizado, y de la que se había olvidado en su estancia en Londres, y es que en verdad había olvidado ser cobarde, cada vez que John y Sherlock la mezclaban en uno de los casos del detective, se sentía otra persona, solo se sentaba frente al ordenador, sentía que podía despojarse de ese enorme pedazo de fracaso que era y podía ayudar a sus vecinos y al detective Lestrade a atrapar a los malos, toda esa adrenalina la hacía olvidarse de todas las cosas que tenía encima, fue cuando comprendió que se habían vuelto una parte importante de su vida en aquella ciudad.
Dio un suspiro resignada y salió de aquel lugar, se acomodó el gorro y se puso los guantes, era mejor solucionarlo todo antes de darle la cara a su papá, ahora sus mentiras se estaban volviendo en su contra y no tenía el valor de encararlas. Todo había empezado a descomponerse cuando unas semanas atrás, había llegado una notificación que no había sido aceptada en la universidad, lo cual suponía otra mentira a las tantas que le había dicho a su padre cada vez que le hablaba por teléfono, le había dicho que ya había sido aceptada, que tenía un buen trabajo y que empezaba a arreglar su piso por sus propios medios, lo cual era totalmente mentira, se sentía terrible, pero no era afecta a darle preocupaciones extra a los de más, sobre todo a su padre, y bueno no era lo mismo sostener una mentira por teléfono que directo a los ojos de su padre, además no podía decir papá, todo me ha salido mal, no era fácil para ella aceptar que estaba fallando.
Empezó a caminar, sus botas empezaban a enterrarse en la aún delgada capa de nieve que cubría las calles, no quería ir a la calle Baker, sabía que la casa estaría vacía, y no quería llegar a deprimirse, así que se dirigió al café, mientras avanzaba entre las calles vio de nuevo al chico que se pasaba los días cantando afuera de aquella estación, al parecer también tenía un pésimo día, las calles empezaban a quedarse vacías, por la caída de nieve, el frío era inclemente, aún así el muchacho no perdía el ritmo tan melodioso y perfecto que podía alcanzar, Sam puso algunos peniques, pues estaba tan o igual de quebrada que él, el muchacho le sonrió, Sam pudo verle más pálido que de costumbre, y los labios casi morados por el frío, de verdad intentó seguir su camino, pero cuando lo notó, había girado sobre sus talones y se dirigió a él.
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The Music Of Love
AléatoireElla es una chica ordinaria y común, de esas que tienen que repetir cientos de veces su nombre frente a las personas que siempre lo olvidan, eso la hace sentir invisible la mayor parte del tiempo, sin embargo no tiene problema alguno con ello pues s...