Prólogo

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El sol abrasador se extendía por las dunas. Ni un árbol en kilómetros. No había oasis, ni agua, nada que pueda solventar la vida para un ser humano. Ni siquiera las criaturas del desierto se movían. Ni siquiera las piedras interrumpían el infinito desierto. Era la nada misma, el vacío de vida ubicado en aquella parte del globo.

Nain Kek era el único ser vivo moviéndose entre la arena. Sus ropas estaban ya destruidas, su túnica se desgarraba y cada tanto una parte caía al desierto para perderse para siempre. Sus pies y manos habían adquirido un color oscuro a causa del sol del desierto. Lo único que se conservaba de su persona era su rostro, protegido por una tela de lo que una vez fue su capucha. Sus ojos miraban hacia delante, pero a pesar de todo se había perdido. Sin embargo, su fuerte determinación era lo que lo mantenía de pie. Sabía que no tendría mucho tiempo, pero debía continuar.

Por alguna extraña razón su fuente de magia se había agotado, había olvidado sus conjuros, su entrenamiento, incluso había olvidado hasta cómo había llegado allí. Para ejercitar su mente se repetía una y otra vez su nombre, antes de que el desierto también lo borrara a él.

Finalmente se tendió en la sombra de la duna. Estaba cansado. Sus labios extrañaban el dulce sabor del agua. ¿Acaso estaba muriendo? No podía morir allí, sin embargo los hechos le mostraban una cara diferente. Miro al cielo, nada, ni una nube, aunque si él lo hubiese querido habría conjurado una sombra encima de él al andar por el sol. Estaba ya muy agotado, sus ojos se cerraron para poder descansar mejor.

En un instante recordó los hechos que lo habían llevado hasta ese lugar.


El Nigromante RenegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora