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Por ti, me habría ido a cualquier parte.
Habría dado mi ser.
Habría dado mi única e inquebrantable voluntad.
Eras vida.
Eras amor.
Eras luz.
La luz que bañaba mi universo y lo llenaba de una suave luz plateada.
La luz que iluminaba mi consciencia y elevaba mis sentidos.

Me llevaste a otro plano. Uno donde la pasión y la energía podían ser tocadas con los dedos. Donde chispas de emoción bailaban entre los cuerpos, formando constelaciones que encerraban los más antiguos secretos.

Pero debí saber que la luz crea oscuridad. Y que tu luz proyectaba la más larga de las sombras. Así que me abrazaste, tu luminosidad como cebo, mientras la parte más oscura de tu ser ahogaba mi voluntad y mi consciencia.
Y así, entre tus brazos, me perdí. Y cuando finalmente te vi, completo, no había luz que contemplar. Atacaste mi mente. Drenaste mi alma y devoraste mi cuerpo. Sólo eras sombra.
Y yo, tu alimento. Consumida.
Quise volver, pero no pude. Ya no era un cuerpo. Ya no era yo. Ya no era nada.

Tinta y oroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora