-Papá. La abuela se ahoga.
Y nunca había sentido tanto miedo. Tanta impotencia. Seis adultos mirando, sin poder hacer nada, mientras otro presionaba con fuerza la caja torácica de mi abuela, intentando que volviese a respirar. Y nosotros parados. Mirando.
Saliva salía con cada empellón, y comida, y algo rojo que parecía sangre. Dios, si lo parecía. Vi su gesto de dolor, y el pitido agudo de la traquea de mi abuela luchando por coger aire. Una vez. Y otra. Y otra.
-¡¿Puedes respirar?!¡Dime!¡¿Puedes respirar?!
Y un cabezazo, negando. Y otro empellón. Y otro más.
-¡¿Y ahora!?
Otra negación.
Seguía cayendo líquido rojizo de su boca, como coágulos.
Podía sentir la presión que estaba ejerciendo sobre ella con cada golpe. Lo notaba dentro, como se fuese yo la que estaba recibiendo la maniobra de Heimlich y no ella. Otro más. Otro más.
Al fin paró el pitido y tomó una bocanada de aire. Luego otra, y otra más. Vi a mi madre en el pasillo llorando. La abracé, y fui yo la que tuvo que contener las lágrimas.
Nunca había sentido tanto miedo.
Nunca.

ESTÁS LEYENDO
Tinta y oro
PoetryUn pequeño conjunto de poemas, canciones y textos en prosa, en español e inglés; para intentar poner en tinta lo que no se dice en alto.