Diez minutos

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¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Horas? ¿Minutos? ¿Segundos? Aquel lúgubre lugar le quitaba la noción del tiempo. Las pequeñas ventanas situadas en la parte superior de las paredes del almacén no dejaban que la luz del sol se internara lo suficiente por ellas como para iluminar el lugar.

Volvió a mirar alrededor; le dolía la cabeza de tanto gritar y llorar. Miró sus manos de nuevo y recorrió con la mirada el pequeño hilo de sangre que surcaba su muñeca. ¿Qué habría pasado si se hubiera quitado la vida de verdad? Posiblemente, hasta final de clase nadie se hubiera dado cuenta de su ausencia. Agitó la cabeza y apartó aquellos pensamientos tan negativos de su mente. Se mojó el pulgar con saliva y quitó el pequeño rastro de sangre. Solo había sido un pequeño pinchazo, pero en el mismo instante que aquella piqueta tocó su piel; un terror inimaginable le atravesó de arriba abajo. El miedo te persigue incluso cuando intentas escapar de él de la forma más extrema, al fin y al cabo.

Se apoyó contra la pared y se fue levantando, lentamente. Ahora su objetivo principal debía ser; salir de allí. Se acercó a la puerta e intentó abrirla de nuevo. Para su sorpresa, la puerta se abrió, miró hacia ambos lados y salió del pequeño lugar como si fuera la primera vez que viera el mundo exterior. El sol lo cejó durante unos segundos hasta que pudo ver un grupo de personas delante de él. La figura más próxima se acercó y lo rodeó en un fuerte abrazo.

-¡Menos mal que estás bien! –Gritaba y lloraba la rubia mientras exclamaba con alivio en el pecho de Hinata –No te encontrábamos por ningún lado y... y... pensaba que te había encontrado el chico ese... y... -rompió a llorar de nuevo sin poder continuar con la atropellada frase.

El pelirrojo alzó la vista encontrándose varios miembros del equipo de voleibol, principalmente de primer año; Yachi que le abrazaba desconsoladamente, Tsukishima que miraba hacia otro lado evadiendo la situación en la que le habían metido, Yamaguchi que parecía que le iba a dar un ataque de nervios y Daichi y Sugawara que hablan entre ellos, un poco más alejados del grupo, pero con la misma expresión de preocupación que el resto.

-Debemos ir a la oficina del director para que dejen que Hinata se vaya a casa por hoy, ya ha tenido suficiente –propuso Sugawara con un tono relajado. Mirando a Hinata por el rabillo del ojo, disimuladamente -. No sabemos que le ha pasado y está claro que nada bueno.

Daichi se cruzó de brazos y colocó su mano en la mandíbula, adoptando una pose pensativa. Él era el capitán del equipo, no podía permitir que uno de sus jugadores se mantuviera en ese estado para siempre, tenían que hacer algo, tenían que poner fin a todo esto y hoy iba a ser ese día.

-Ahora mismo Hinata no está seguro en ningún sitio. Pensaba que con nuestra vigilancia y máxima atención en los pasillos no le iba a pasar nada, pero... -apretó los puños con fuerza y endureció la expresión –he sido muy ingenuo subestimando esta situación... -dijo estas últimas palabras con rabia. Como si algo en su interior le dijera que había traicionado la confianza y valentía de Hinata.

El albino se acercó a él y lo rodeó con sus finos y blancos brazos, acariciándole la espalda con delicadeza para que se calmara.

-Has hecho todo lo que ha estado en tu mano –le susurró dulcemente en el oído -. No te exijas más de lo que puedas hacer –se alejó lentamente y le mostró una deslumbrante sonrisa -¿Qué clase capitán serias si te deprimieras a la primera? Todos te van el perder el respeto ¿sabes? –le dio un golpe con su puño en el pecho y le volvió a mirar a los ojos – ¿Me has entendido? No más Daichis deprimidos ¿vale? Si no te acabaré quitando el puesto de capitán –le espetó, señalándolo con el dedo al final de la frase.

Daichi se había quedado a cuadros, miró a su compañero hasta que recuperó la compostura y observó la situación en la que aún se encontraban.

DesmoronamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora