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Esa satisfacción que me produjo ayudar a esas personas es lo que me impulsa otro día más a acercarme a él después de acabar de escuchar como brota cada sílaba de sus labios.

Guarda todas sus cosas y caminamos a lo largo de la plaza, con mis manos en los bolsillos —otra manía—, le escucho hablar y me cuenta su historia, una que me conmueve hasta el punto de sacarme las lágrimas, hasta el punto de dolerme a mí lo que él ha vivido.

Me digo a mí misma que soy muy afortunada por lo que tengo y por lo que he vivido. Nunca podría haber soportado ver morir a mi madre a manos de aquel al que llamo papá.

guns [l.h.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora