El Joven Mago Y El Libro de los Muertos.

5. La misión

—Maestro, ¿está seguro de esto?—Félix seguía al Maestro mientras que él recogía los vasos usados en la tarde y los llevaba a la cocina.

—No tengo opción Félix, si el Rey solicitó mi intervención es imposible que la rechacé.

—Pero es muy arriesgado Maestro.

El caballero Okland se había presentado esa tarde para entregar una carta firmada por el Rey, escrita por su puño y letra, en donde le pedía al gran Mago la obtención inmediata de El Libro de Los Muertos.

Inclusive habían anexado un mapa detallado con la localización exacta del libro. No era de sorprenderse que Fenrir recibiera esa misión, en fin, era la tarea más vieja del mundo, miles de héroes, brujas, príncipes, e inclusive Magos, habían intentado apoderarse del libro.

La leyenda cuenta que la persona que logre tener el libro en su poder, reinará por siempre en el mundo de los muertos y de los vivos, teniendo poder absoluto sobre ellos.

Motivo por el cual, millones de personas a lo largo de la historia lo habían intentado, pero por alguna extraña razón ninguno lo había conseguido, todas las personas que se habían internado en su búsqueda nunca retornaban del viaje.

—Partiré mañana al amanecer, lo siento mucho Félix—Comentó el Maestro, mientras revisaba todas las pociones que tenían en la casa, escogiendo unas cuantas e introduciéndolas en una bolsa.

—En ese caso yo lo acompañaré—Afirmó Félix.

El maestro se quedó petrificado ante tal afirmación.

—Ni lo pienses, ¿me escuchas?—El maestro ni siquiera volteó a ver a su alumno— Y no es motivo de discusión.

—Pero...

—Pero nada, tú mismo escuchaste la historia de lo que sucedió la última vez que decidí llevar conmigo a un alumno—El Maestro estaba rojo de enojo por la insolencia de Félix.

—Lo sé, pero es una misión difícil y sería más fácil si ambos trabajamos juntos y además...—Félix intentaba persuadir a Fenrir, pero fue interrumpido.

—¿Acaso no me escuchaste? No es una opción ni una decisión tuya, yo voy a ir solo y punto—El Maestro volteó y señalo con el dedo a Félix—Y tú te vas a quedar aquí.