6. La partida

33 3 0
                                    

A la mañana siguiente, Félix se encontraba recargado contra la la puerta de la casa observando a su Maestro encaminarse a la misión, Félix se sentía increíblemente inútil viéndolo partir. Pero su Maestro no había aceptado llevarlo consigo, sus motivos eran buenos, pero sin importar el riesgo, deseaba ir con él.

Félix esperó en la puerta hasta que perdió por completo de vista el caballo que montaba Fenrir, después de eso, decidió entrar a la casa a tomar unas cuantas monedas y dirigirse a ver a Nat para contarle lo sucedido, lo que más necesitaba era alguien que lo escuchara.

No tardó en llegar al pueblo, pero en esta ocasión, al tener tiempo libre, decidió pasear un poco por el. Se encontraba en la entrada Sur, parado bajo un arco inmenso, con columnas más gruesas que su propio cuerpo, a lo largo de ellas, colgaban telas de color Blanco con Dorado y justo en el centro, tenían grabado el escudo del Reino.

El escudo consistía en un Dragón a medio vuelo escupiendo fuego por la boca, mientras un caballero incrustaba una espada en su pecho. Tenía mucho sentido que el escudo tuviera ese diseño, pues el fundador del Reino fue una leyenda en cuanto a cazas de Dragones.

Antes de avanzar un poco más, Félix decidió cubrirse con la capucha, no deseaba ser reconocido. Una vez encapuchado, se internó en el pueblo.

Recorrió las calles con intriga y asombro a la vez, nunca antes había tenido la oportunidad de observarlas con detenimiento, pues las pocas veces que entraba al pueblo, siempre se dirigía directo al mercado.

Habían casas enormes, niños corriendo por la calle, puestos vendiendo todo tipo de cosas, desde hierbas, animales, comida, y armas.

Y justo en el centro de la cuidad se encontraba el orgullo del pueblo, una plaza con una hermosa fuente en el centro, la cual todos conocían bajo el nombre de la Plaza de Las Estrellas, pues al caer la noche, el manto nocturno la iluminaba con la luz de la luna y se lograban observar las estrellas con una claridad impresionante.

Habían árboles a los alrededores y gente paseando, más que nada, parejas que venían a disfrutar del ambiente fresco y a escuchar las historias de los juglares que se reunían ahí para narrar todo tipo de historias. Sin duda era un pueblo lleno de amor y alegría.

Félix estaba tentado a quedarse un tiempo a escuchar las historias de los juglares, en cada ocasión tenían algo nuevo que contar. Pero quería ver a Nat antes que anocheciera y el mercado tuviera que cerrar, así que dio media vuelta y caminó en su dirección.

Llegó justo a tiempo, pues Nat se encontraba guardando las cosas y cubriendo la mesa con una manta, alumbrada por la luz de las velas y una tenue iluminación del ocaso.

—¿Necesita ayuda señorita?—Preguntó Félix mientras sostenía la manta y cubría la mesa.

—Muchas gracias señor—Lo saludó Nat mientras hacía una pequeña reverencia—¿No es algo tarde para venir? Ya he cerrado y las cosas las he guardado, pero si quieres puedo sacar las hierbas, si eso es lo que buscas.

—No, no te preocupes, no he venido a comprar nada—Hizo una pequeña pausa y añadió—He venido a verte a ti.

En ese momento sus miradas se encontraron y Félix pudo sumergirse en sus ojos color ámbar, bañándose con la mirada más hermosa que había presenciado jamás, hasta que el rubor dominó la cara de ambos jóvenes.

—Oh, bueno, en ese caso...—Nat no podía articular ninguna palabra, se encontraba demasiado nerviosa—¿Qué hacemos aquí? Vamos a otro lado.

Nat sostuvo la mano de Félix y lo dirigió afuera del mercado. Félix estaba asombrado, estaba temblando por dentro, su corazón latía como si fuera a salirse de su caja torácica, intentaba parecer calmado pero no podía controlarse.

El Joven Mago Y El Libro de los Muertos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora