Ya hace mucho que me perdí en esta historia. En la que el boli y el papel no eran más que fieles esclavos del destino que les quería ver danzar. Que quería crear más historias. Más personajes rotos que se pierden entre algunas hojas blancas aún por escribir.
Y ya no les importó su rumbo. Eran meras marionetas de una historia que debía ser escrita. De un alma que debía ser rota y resultó ser la mía. Y la que yo misma debía de coser.
¿Pero con qué hilos, si nunca nadie me dio material? Si me tuve que valer por mí misma.
Da igual.
Ya se está acabando este libro. Y los capítulos terminaron de una manera demasiado extraña, así que no tengáis grandes espectativas que no tendrá mucha fama. Era un libro que se tenía que hacer. Hecho por obligación y artificial.
Los deberes de un lunes que tienes que terminar.
Y yo fui tonta y me volví a perder por el decimo octavo capítulo. El último. En el que decía que nada iba a ser igual y que las personas encuentran a otras distintas. Y yo no era ninguna de esas.
Me perdí entre sus palabras.
Me enrredé.
Perdí el equilibrio.
Y caí.
Y la caída ya estaba planeada por el escritor, que bien parecía que me quería hacer perder la cabeza.
Ya estaba todo escrito y yo seguía leyendo como boba cuando el libro ya tenía final. Un final cerrado sin opción a secuelas, ni película, ni nada. Cerrado.
Como las heridas que un día se abrieron y que ahora estoy cosiendo.
Tú ya terminaste el libro. Lo quemaste y te fuiste del sillón. No sé a dónde irías. Si a algún bar de ambiente en el que sentirte cómoda bajo caricias que no son ni serán tan sinceras como las mías. O a algún museo a suspirarle a alguna obra de arte y desear ser una.
No lo sé, la verdad.
Yo mientras sigo pasando página y el libro nunca parece acabar. Un día de estos me cortaré otra vez de tanto pasar y pasar. Pero... qué más da.
La herida es pasajera.
Todo lo es, en realidad.
Aunque eso es ya otra historia. Y el escritor se está cansando de mí y de mis paseos por cada una de sus páginas.
Ya está.
Cierro el libro. Se acabó.
Fue un relato bonito, pero efímero. Ya es hora de escribir otro. Y me tomaré un descanso. Porque puede que al final de todo esto, el escritor sea yo. Y si lo que estoy diciendo es cierto, espero escribir bien mi destino, que ni se me ocurra hacer borrones que quedará sucio.