EL CAMINO- madre

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Madre

Todo fue distinto desde que mi madre murió.
La vi extinguirse en la choza del poblado, sin fuerzas, cada día con menos carne entre la piel y los huesos. A mi noveno hermano tuvo que amamantarlo Nyae Doussouna, cuya hija había muerto al nacer, por eso tenía los pechos rebosantes de una leche preciosa que no podía desperdiciarse. Yo pasaba muchas horas de mi tiempo a su lado, cuando no era necesaria mi presencia en los campos o mi padre andaba ocupado en otras labores. Mi madre era dulce, sus manos eran firmes, asperas como la tierra, pero agradables como las canciones que enamaban de sus labios. Era ya muy mayor, pero no tanto como para que la muerte la alcanzase. Creo recordar que tenía poco más de treinta primaveras.

-Me voy- me dijo aquel día.

-¿Adónde?

-Al país de las estrellas.

-Quiero ir contigo.

-No puedes.

-¿Por qué?

-Porque aún no es tu turno. Tienes que quedarte aquí y trabajar. En cambio, a mí me ha llegado la hora.

-¿Volverás?

-No se regresa del país de las estrellas.

-Entonces no vayas.

-Debo ir.

-¿Dónde está el país de las estrellas?

Mi madee señaló el cielo. Era de noche y sobre nuestras cabezas brillaban miles de puntos luminosos titilando en una sinfonía mágica. Una noche oscura, sin luna. La clase de noche en la que, según Mayele Kunasse, el cazador sale a cazar.
Un gran cazador imvisible iba a llevarse la luz que desprendía el corazón de Kebila Yasee.

-Madre...

-Cuida de tus hermanos y hermanas. Protege a tu padre, puesto que eres el mayor. Búscame en el país de las estrellas cada vez que te sientas solo. Haré que una brille un poco más para ti, o tiemble y te transmita mi afecto.
Miré al país de las estrellas, pero no vi nada.

-Madre- llamé.

Los árboles oscurecían el cielo. Por entre las ramas y hojas, apenas si se vislumbraba un pedazo de cielo. Me sentí tan solo, de pronto, que temí que mi mente se volviera del revés como le había sucedido al viejo Ngoro, al que todos reverenciaban como santo porque vivía en el lado oculto de su celebro.
Extraño. En Occidente a los llamados locos se los encierra, mientras que en otras culturas se los ensalza, se los cuida y se los protege. Son seres iluminados.
Sí, extraño mundo. Una misma cosa es blanca para unos y negra para otros. Buena para aquellos, mala para los demás.
Estaba agotado, así que me sormí. Finalmente.
Hasta que, al amanecer, de nuevo, me despertó la primera sacudida que dio el todoterreno al volver a ponerse en marcha y la voz malhumorada de Zippo.

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