C i n c o

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Corinne:


Las fotografías que había visto de la casa de él apenas hacían justicia al lugar. La Villa di Cáscala era, para decirlo claramente, impresionante. Era enorme, lujosa, parecía la residencia de alguien de la realeza y. teniendo en cuenta la manera en la que habían llegado a ella, a Corinne no debía sorprenderle. Habían viajado en primera clase a Roma, donde habían tomado un avión privado que les había llevado a Sicilia. Aquél era un mundo muy distinto al que ella había estado acostumbrada.

Y esa diferencia se hizo aún más palpable en cuanto llegaron a la villa y él le presentó a su madre y a su tía. Caterina Boschetto y Leonora Pacenzia, dos mujeres extremadamente elegantes, estaban en la gran puerta de entrada de la villa y la miraron de manera precavida.

—Bienvenida —le dijeron—. Encantadas de conocerla —añadieron, hablando en un inglés casi tan impecable como el de Ignazio.

Pero aquellas palabras carecían de ninguna calidez y, para ser sincera. Corinne tuvo que reconocer que no podía culparlas si pensaban que era una cazafortunas. Ella misma se había acusado de ello más de cien veces durante la semana anterior.

A su lado se sentía inepta y muy simple. Su traje de boda, un vestido gris que le había parecido estupendo cuando lo había comprado dos días atrás, en aquel momento le parecía insulso al lado del vestido negro de su suegra. La mujer incluso casi arruga la nariz con desagrado al analizar la falda que llevaba ella, la cual estaba manchada por los dedos pegajosos de su hijo.

—¿Éste debe ser...? —comenzó a decir Caterina, refiriéndose a Matthew.

—Mi hijo —respondió Corinne, incapaz de ocultar su tono de enfrentamiento. No sería responsable de sus acciones si la mujer mostraba el más mínimo signo de desaprobación con respecto a Matthew.

Fuera cual fuera la opinión que tenía Caterina de la nueva esposa de su hijo, la impresión que le causó Matthew fue difícil de ocultar. Se agachó hasta poder mirarlo a la cara.

—Ciao, pequeño. ¡Qué guapo eres! ¿Cómo te llamas?

—Matthew —contestó el niño, acercándose a ella—. ¿Y tú cómo te llamas?

—Yo soy la signora Boschetto.

—¿Eres mi nueva niñera?

—No —contestó la mujer, apartándole el pelo de la frente—. Soy tu nueva abuela, pero puedes llamarme Nonna —entonces se levantó y señaló a su hermana—. Y ésta es tu nueva tía, Zia Leonora.

La hermana de Caterina, una mujer levemente menos intimidante que ésta, le dio un abrazo al pequeño y miró a Corinne a continuación.

—Tiene un hijo muy agradable, signora —le dijo.

—Estoy de acuerdo —concedió Corinne

—Y en alguna parte por aquí yo tengo una hija muy agradable —le comentó Ignazio a su madre, abrazando a Corinne por la cintura—. ¿Cómo es que no está aquí para conocer a su nuevo hermanastro?

—Le dije que fuera a los establos con Lucinda. Lorenzo prometió darle una clase de equitación.

—¿Por qué ahora, madre mia? Sabías cuándo llegaríamos y seguramente eres consciente de las ganas que tengo de verla y de presentarla a los nuevos miembros de la familia.

—Pensé que era mejor no agobiar a tu... esposa con demasiadas cosas tan pronto —contestó Caterina, poniéndose imperceptiblemente tensa.

Puso énfasis en la palabra «esposa» para dejar claro que no consideraba a Corinne más que una arribista que no tenía que entrar por la puerta delantera de la villa cuando había una trasera para los sirvientes.

En Sicilia Con Amor/ Ignazio BoschettoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora