S i e t e

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Corinne:


—La semana que viene tengo que marcharme —anunció Ignazio una noche durante la cena a mediados de marzo. A Corinne no la sorprendió mucho ya que él viajaba frecuentemente debido a su trabajo.

—¿Adonde vas esta vez? —preguntó su madre.

—Firenze —contestó él, que miró a Corinne a continuación—. Para ti. Florencia.

—Firenze, una ciudad llena de arte y de romanticismo —dijo Leonora, suspirando—. Alphonso y yo pasamos allí nuestra luna de miel.

—Ahora tienes la oportunidad de hacer lo mismo, Ignazio. Llévate a Corinne contigo y quédense un par de días más para que le enseñes la ciudad —sugirió Caterina—. Te gustaría, ¿verdad, Corinne?

—Es imposible —se apresuró a decir Ignazio—. Estaré fuera sólo dos días y la mayor parte del tiempo estaré reunido.

—Aunque no fuera así... —terció Corinne, herida ante la reacción de él— yo no dejaría a los niños.

Caterina, que seguía mimando a los niños en cada ocasión que tenía, resopló de manera desdeñosa.

—¡Non dire sciocchezze! —dijo—. Eso son tonterías. Leonora y yo cuidaremos de los niños. Las reuniones no duran toda la noche y Corinne no ha visto nada de Italia.

—¿Te gustarla venir conmigo, Corinne? —se vio forzado a preguntar Ignazio.

—No —contestó ella, mirándolo a los ojos—. Preferiría quedarme aquí con Matthew. No es como si fuéramos a pasar mucho tiempo juntos.

—Cierto, pero no tendrías problema en entretenerte. Aparte de las iglesias y los museos, podrías ir de compras —comentó Ignazio, mirando el vestido negro que ella solía ponerse para cenar.

—Si estás seguro de que no te molestaré, entonces sí, me gustaría ir contigo. Siempre... —Corinne se dirigió entonces a Caterina y a Leonora— y cuando estén seguras de poder cuidar de Matthew. Nunca me he separado una noche de él así que no sé cómo reaccionará.

—Matthew estará perfectamente —declaró su suegra—. Serás tú la que estés intranquila al separarte de él, pero puedes telefonear cuando quieras para asegurarte de que el niño está bien.

Y así, una soleada mañana. Corinne subió al avión privado que Ignazio poseía y ambos se dirigieron hacia Florencia.

—¿Te ha resultado tan difícil como esperabas dejar a Matthew? —le preguntó él desde su asiento.

—Por mí, sí —admitió ella—. Pero no por él. Se ha acostumbrado muy bien al estilo de vida siciliano.

—¿Y tú, Corinne? ¿Cómo marchan las cosas con Elisabetta?

—Mucho mejor. Desde que le enseñé todas las fotografías de Lindsay y mías se ha vuelto más cariñosa conmigo y parece que le divierte escuchar las historias de cuando su madre y yo éramos pequeñas. Creo que ha decidido que si yo le caía bien a su madre no puedo ser tan mala.

—Has tenido mucha paciencia con ella —comentó Ignazio—. No creas que no me he dado cuenta o que no aprecio los esfuerzos que has hecho.

—Es lo mínimo que puedo hacer, Ignazio, teniendo en cuenta todo lo que tú has hecho por Matthew. Mi hijo nunca ha estado más contento que ahora.

—Es un niño estupendo y fácil de querer. Si no me crees, pregúntales a mi madre y a mi tía.

—Háblame de tus reuniones —pidió Corinne, apresurándose a cambiar de tema ya que no quería hablar de amor con él, ni siquiera del fraternal—. ¿Versan sobre la fábrica de chocolate?

En Sicilia Con Amor/ Ignazio BoschettoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora