D i e z

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Corinne:


Durante las semanas que siguieron, Corinne no pudo tener queja de su marido. Ignazio iba con ella a cada consulta con el doctor, se aseguraba de que seguía las instrucciones de éste al pie de la letra y daba instrucciones para que ella comiera lo que le apetecía en cada momento.

Le masajeaba la espalda cuando le dolía y se preocupaba por si se le hinchaban los tobillos. Insistió en comprarle mucha ropa sofisticada de premamá, desde trajes para el día hasta elegantes vestidos de noche.

Dormía con ella en la cama del dormitorio principal. Al acostarse la abrazaba y le deseaba buenas noches dándole un delicado beso en los labios. Incluso a veces le hacía el amor con mucho cuidado y prestando mucha atención a las necesidades de ella, pero nunca con la pasión desbordante que había mostrado en Florencia.

En otras palabras: hacía lo que se esperaba de él... pero no ponía su corazón en ello. Corinne lo sabía ya que si se acercaba demasiado a él durante la noche. Ignazio le daba la espalda y se alejaba de ella cuanto podía. Si le tomaba la mano en la oscuridad y se la ponía sobre la panza para que pudiera sentir cómo daba patadas el bebé, él la retiraba como si le quemara.

Pero ella no podía culparlo. ¿A qué hombre no le repelería una esposa tan hinchada que no podía ver ni sus propios pies y que andaba como un pingüino sobrecargado?

Cuando Ignazio no estaba con ella, eran la madre y la tía de éste las que entraban en acción.

—No vayas más a la playa, figlia mia. Te podrías caer en las escaleras y hacerle daño al bebé.

—Ten cuidado con esa cesta de picnic tan pesada. No queremos que el bebé nazca antes de tiempo.

—Levanta los pies y cuida del pequeño que llevas en tu vientre. Corinna. Nosotras nos encargamos de los otros dos niños.

El bebé esto, el bebé aquello... ¡la estaban volviendo loca!

—No me voy a romper —espetó un día cuando Ignazio sugirió que no debía caminar sola por el jardín. Estaba ya de siete meses—. ¡Por el amor de Dios, déjame tranquila!

Pero en realidad no quería que la dejara tranquila. Quería que se preocupara por ella, no sólo porque estaba embarazada, sino porque era su esposa.

Elisabetta y Matthew también tenían sus propias preguntas que hacerle.

—¿Por qué estás tan gorda?

—Porque tengo un bebé creciendo dentro de mí.

—¿Quién lo ha puesto ahí?

—Ha crecido de una semilla —contestó Corinne.

—¿Y cómo sale? ¿Como un balón que se revienta si lo pinchas con un alfiler?

¡Ella esperaba que no!

Disfrutó del respiro que le dieron a finales del otoño debido a que todos centraron su atención en los olivos Boschetto, que estaban dando sus frutos. El aceite de oliva que producían era exportado a todo el mundo y tras esa campaña llegó la de recolección de las uvas de moscatel con las que se elaboraba el vino Boschetto, el cual también poseía una gran reputación internacional.

Contenta de que algo distinto estuviera captando la atención de su marido. Corinne dedicó aquellas semanas a preparar el ajuar del bebé. Se esforzó en incluir a Matthew y a Elisabetta en los preparativos para la llegada del nuevo miembro de la familia ya que no quería que ninguno de los dos niños se sintiera desplazado.

En Sicilia Con Amor/ Ignazio BoschettoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora