Tom Hiddleston era el chico del que todas las madres de Westminster precavían a sus hijas. Le bastaba con la sonrisa para seducir al diablo; pero sus ojos, aquellos ojos misteriosos... «No te juntes con ese chico», solían decir las madres a modo de advertencia. Porque Tom Hiddleston era un problema; un problema con P mayúscula.
Era peligroso, le gustaba los problemas y, después de doce largos y muy lucrativos años ganando dinero como actor, había vuelto.
En un principio, había creído que sólo regresaría para asistir a la boda de su mejor amigo, Benedict Cumberbatch. En ningún momento había pensado quedarse allí más que unos pocos días. Él nunca paraba mucho tiempo en ningún lado; pero ahora se daba cuenta de que, antes incluso de enterarse de la boda de Benedict, algo lo había estado atrayendo hacia allá; una fuerza invisible e inexplicable a la que no era capaz de dar nombre.
Había supuesto que, una vez regresara, la sensación desaparecería tan rápidamente como un Ferrari en una autopista; pero habían pasado seis meses y no sólo seguía en Westminster, sino que, con treinta y cuatro excelentes y maduros años, se había retirado de la actuación y había abierto su propio "mini negocio": Artes Escénicas Hiddleston. No por dinero, pues ya había ganado tanto que no sabía ni cómo gastarlo; sino por el placer de trabajar, e inculcar en más adolescentes sensibilidad artística de la cuál había carecido él en sus tiempos de juventud, hasta que descubrió que eso era lo que realmente amaba. Le encantaba la actuación y tenía un gran don que rayaba en lo sobrenatural. Poseía ese toque especial que lo convertía en un maestro, y todos lo admiraban por ello.
Por supuesto, las mujeres también lo adoraban...
Aunque apenas había tenido tiempo para compañías femeninas durante aquellos seis meses. Su negocio había levantado el vuelo nada más correrse la voz de que el cuatro veces ganador del Oscar había abierto su propia escuela de actuación. Los padres de Westminster tratando de reivindicar a sus hijos hacían cola y otros más llegaban de todas partes del país para que Tom los atendiera, de modo que no tenía tiempo para ninguna actividad extracurricular.
Parado en la sección de congelados del mercado de Bud y Joe, pensó en su vida romántica, suspiró y contempló la invitación a cenar que SueAnn Finley le había hecho horas atrás: vino tinto, un filete tierno con patatas asadas... y el postre era sorpresa, había añadido la mujer con un susurro seductor. Pensó en el torneado cuerpo de la atractiva morena, en sus ojos marrones, denegó con la cabeza y abrió la puerta de las cámaras de congelados
Por muy tentadora que fuera la proposición de SueAnn, tenía que arreglar unos guiones antes de las nueve de la noche si no se quería atrasar en una obra que estaba montando. No le apetecía encargar más pizzas o hamburguesas, de modo que calentar unos congelados se presentaba como la opción más cercana a una cena hogareña. -Los congelados se preparaban rápidamente, sin dificultad, a pesar de su escasa pericia culinaria; pero no podían compararse con las patatas y el jugoso filete con el que había estado fantaseando.
Y hablando de fantasías...
Sólo pudo ver el color caoba de su cabello al doblar la esquina, pero fue suficiente para hacer que Tom se alejara de los congelados para mirar con más detenimiento. Tomó un paquete de galletas de chocolate de uno de los estantes y dobló también él la esquina.
En efecto, su cabello era caoba, con algunas vetas castañas, y caía suelto alrededor de los hombros de una blusa de seda. La cintura encajaba a la perfección con la mano de un hombre, así como sus esbeltas caderas y redondeado trasero. Por no hablar de los pantaloncitos marrones que apenas cubrían sus largas y moldeadas piernas.
Estaba parada a poco más de un metro de distancia, con una cesta en una mano, dándole la espalda mientras leía la lista de la compra.
¿Quién sería?, se preguntó Tom mientras se aproximaba, fingiendo interesarse en una lata de melocotón en almíbar. Desde luego, no podía vivir en Westminster y no haberse fijado en ella hasta ese momento.
Se acercó un poco más y pudo aspirar su fragancia, femenina, delicada, increíblemente seductora. Luego agarró un paquete de macarrones y rezó para que la mujer se diera la vuelta, ansioso por comprobar si su cara estaba a la altura de su cuerpo.
Y se dio la vuelta.
Se quedó sin respiración al mirarla. Aquel rostro hacía juego a las mil maravillas con su cuerpo: piel de porcelana, rosados y voluptuosos labios y unos ojos marrones, grandes, expresivos... que ya lo estaban mirando.
«Sabe quién soy», pensó Tom halagado al notar que la mujer se había quedado pálida.
-Hola -la saludó con una sonrisa devastadora que había conquistado el corazón de las mujeres más resistentes-. Soy Tom Hiddleston-se presentó.
Ella pareció asombrarse al oír aquella presentación, pero no articuló palabra alguna. Y, súbitamente, se dio media vuelta, echó a andar apresurada y se chocó contra una torre de latas de guisantes.
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Quédate Conmigo
FanfictionTom Hiddleston, con su encanto devastador, siempre había sido una fantasía para Charlotte Smith. De modo que cuando a la tímida Charlotte se le presentó la ocasión, se las ingenió para seducirlo... y se marchó con un regalo inmejorable. Al reencontr...