Tan lejos y apartado del mundo como quieras.

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 —Gracias por acercarme, cariño —dijo Janet Smith tras salir del coche de su hija— Ruby  me llevará a casa después de la partida de bridge y tu padre estará encerrado en la habitación viendo el partido de fútbol. Disfruta de una velada tranquila.

-¿Estás segura de que puedes quedarte con Ashton, mamá? —preguntó, temerosa de quedarse a solas y tener demasiado tiempo para pensar.

-Por supuesto. Ruby va a traer a su nieto. Seguro que lo pasan bien juntos. Dale un beso a tu mamá, Ashton.

Este obedeció gustoso y Charlotte sonrió mientras le ajustaba el cuello de la camisa.

-La abuela dice que Carl va a traer sus coches teledirigidos y que yo también puedo jugar.

-Sobre todo, pórtate bien —repuso mientras le acariciaba el pelo cariñosamente.

- Charlotte cariño —arrancó entonces Janet, tras mirar con el ceño fruncido las dos cestas de pastas que llevaba en las manos—Creo que he hecho demasiadas pastas. ¿Por qué no te acercas a casa de Tom y le dejas una de las cestas?

Charlotte sabía que se trataba de una encerrona. Su madre no había dejado de hablar de lo guapo que Tom era y de que seguía soltero; pero también sabía que si le decía a Janet que no estaba interesada en él, ésta insistiría aún más.

—Claro, mamá.

Más tarde, mientras giraba por la carretera Ridgeway, pensaste en tirar las pastas por la ventana, pero la idea de desperdiciar alimentos te disgustaba. Y si te las comías todas, sólo conseguiría acabar con dolor de estómago.

Pero no quería ver a Tom. Ya lo habías visto más que suficiente. La visita a su casa el sábado anterior, el helado en la ciudad...

Eso había sido lo peor: ver a Tom y a Ashton reírse juntos mientras discutían sobre el mejor sabor de la heladería.Y cada vez que Tom la había mirado, cada vez que le había lanzado una sonrisa, ella había notado como si se le formara un nudo en el pecho. Por eso no quería estar tranquila; porque estaba segura de que recordaría la escena en el garaje cuando éste había estado a punto de besarla...

Miró hacia la cesta de las pastas y decidió que la solución era escribir una nota. La dejaría delante de su puerta y Tom la encontraría a la mañana siguiente.

En ello resuelta, estacionó en el aparcamiento del lugar y apagó el motor. Luego garabateó unas líneas en un trozo de papel y salió del coche.

La noche era cálida, una suave brisa soplaba entre los árboles, y la luna brillaba en medio del cielo constelado.

Por mucho que le gustara Londres, debía reconocer que el cielo era más hermoso en Westminster. ¡Había tantas cosas que echaba de menos cuando no estaba en la casa en que había nacido!

Había pensado en regresar en más de una ocasión. Podría trabajar como autónoma, o colaborar con algún periódico local. El trabajo en Londres había empezado a hacérsele pesado. Aquella baja temporal le había venido de maravilla, no sólo por sus padres, sino por ella misma también. Además, quería que su hijo pudiera ver a sus abuelos todo el tiempo, en vez de comunicarse con ellos por carta o por teléfono.

Pero ya no podía ver cumplido su sueño.

Ya no podría volver a ese lugar definitivamente; no, estando ahí ya Tom Hiddleston.

La puerta estaba abierta, había luz en el interior, la radio sonaba de fondo y Tom cantaba acompañando la música. Dio unos pasos y lo vio trabajando, sosteniendo unas cajas.
Se permitió contemplarlo unos segundos, admirar la extensión de sus hombros y la potencia de sus muslos, ceñidos contra los vaqueros que estaba usando...

El pulso se le aceleró y comenzó a respirar con dificultad. El mero hecho de mirarlo la hacía desear cosas que jamás podría tener.

Entonces, justo cuando iba a dejar la cesta y darse media vuelta, Tom se giró y sonrió al reconocerla:

-Vaya, vaya, ¿qué te trae a la cueva del lobo? —preguntó él mientras se limpiaba las manos con un trapo.

-Mi madre pensó que quizá te apetecerían unas pastas —repuso Charlotte.

-¡Qué detalle! —agradeció Tom, sin quitar la vista de ella, mientras aceptaba la cesta.

-Bueno, tengo que irme...

- Quédate un rato —la detuvo Tom— Al menos come una pasta conmigo. Odio comer solo.

-De acuerdo... —cedió Charlotte, vacilante— Pero sólo una.

Mientras Tom se lavaba las manos, ella se fue a buscar un lugar donde sentarse.

—¿Por qué has dejado los medios? —preguntó ella para matar la tensión.

-Ya iba siendo hora —repuso Tom sin más— Demasiados viajes, hoteles, demasiadas cosas que memorizar.

- ¿Y mujeres? —preguntó Charlotte a su pesar.

-No te creas lo que dicen los periódicos sensacionalistas -contestó él con una amplia sonrisa en los labios.

-Lo siento, no debería haber preguntado —se disculpó ella, ruborizada— No es asunto mío.

-Descuida, no tengo secretos de cualquier manera—comentó Tom mientras comía— ¿Y tú, Charlotte Smith? ¿Tienes secretos? —añadió susurrante.

El corazón se le detuvo, pero la proximidad de Tom lo hizo acelerarse al instante. ¿Secretos? Ella nunca podría contarle sus secretos, se dijo  mientras lo veía. La tensión del momento hizo que Tom cambiara el tema.

- ¿Damos una vuelta? —prosiguió Tom.

-¿Una vuelta?

-Sí ya sabes, salir a caminar, tal vez

-No tengo mucho tiempo, mejor otro día —acertó a balbucear ésta.

- Nop, ahora es un buen momento —repuso Tom. Entonces la tomó de la mano y la guió a la salida. Charlotte exhaló un suspiro, y se dejó llevar— Tú dices a dónde ir, Charlotte —añadió, tras cerrar la puerta del garaje.

El puro hecho de que no le hubiese soltado la mano aún la hacía entrar en pánico posiblemente algo más intenso que eso y él lo sabía. Ambos se estaban dejando llevar por la emoción del momento.

- ¿Adónde vamos? —preguntó sin aliento al ver que hacía tiempo ya que caminaban sin rumbo aparente.

-Ya te lo he dicho, a donde te apetezca, cielo. Tan lejos y apartado del mundo como quieras.

Quédate ConmigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora