Parte 1

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Una mañana de abril me desperté sumergido en el sabor de sus carnosos labios y supe que sería la última vez que los tendría. Cada pequeño rose de su suave piel en mi cuerpo era una delicia mañanera que pude disfrutar incontables veces, pero saber que ése sería nuestro último encuentro hace que lo recuerde con mayor nostalgia. En un intento desesperado por mantener la nitidez de ése recuerdo he ido olvidando los preciosos detalles de su forma, dejándome sólo un rastro casi nulo de su aroma. A veces la recuerdo lacia, con el cabello recogido en un chongo improvisado, como buscando reflejar su jovialidad y carencia de tiempo en su peinado para que así fuera directo al punto y no me anduviera con rodeos como era (es) mi costumbre, otras veces aparece en mi mente con su cabello ondulado dejándose llevar libremente con el viento, su sonrisa cálida y sus labios teñidos de un rojo vivo, un carmesí que juro que en muchas ocasiones me volvió loco al punto de hacerme sentir vivo por dejar a un lado mi cordura y así cuestionarme una y otra vez si la he recuperado o si sólo es una ilusión. Se levantó de la cama y con una sonrisa un tanto nostálgica me hizo saber que jamás nos volveríamos a ver, sólo me limité a contestarle de igual manera aunque mi mueca sugería un "No tenemos por qué abandonarnos" ella prosiguió a vestirse rápidamente para luego marcharse de mi vida.

Al principio mi conciencia no parecía reaccionar a los eventos que acababan de ocurrir, seguí mi rutina de darme un baño, vestirme, bajar a revisar qué había en el refrigerador sólo para ver una vez más que no había nada apetecible para el desayuno, sólo unas cuantas cervezas y lo que parecía un par de paquetes vacíos de comida para microondas; luego decidirme por prepararme un café y mirar por la ventana pasar a los transeúntes como si fueran hormiguitas en el asfalto, corriendo deprisa a su destino, uno del que probablemente no estaban seguros o bien no conocían. Me coloqué los audífonos y sonó Too Young de Phoenix y salí al parque que estaba a unas cuadras por delante y un par de pisos por debajo de mi departamento, elegí uno de los cuatro bancos disponibles allí y me senté a observar cómo pasaba mi vida, un hábito que arraigaba desde la preparatoria, cuando me salía de mis aburridas y repetitivas clases para fumar en las áreas verdes cercanas a las diferentes escuelas por las que pasé, una vieja costumbre adquirida casi al mismo tiempo que mis múltiples vicios de juventud, de los cuales aún conservaba el de fumar, razón por la cual encendí un cigarrillo bajo el compás de Robbers (The 1975) y así, uno tras otro hasta terminar con la vida de mi cajetilla, o la mía. Estaba hundido en mis pensamientos, debía terminar de escribir la canción que le prometí a los chicos, debíamos tenerla ensayada para nuestra presentación del Viernes en el bar de moda en aquél momento, pero estaba muy ocupado asimilando lo ocurrido ésa mañana. Comenzó a llover.

No supe en qué momento pasó, durante una fuga de pensamiento una gota helada recorrió mi espalda, y aunque hubo muchas antes que ésa fue hasta ése instante que me percaté de lo empapado que estaba todo mi ser. Me levanté tranquilamente y me dirigí a mi departamento, sin percatarme de lo que acontecía a mi alrededor, luego me enteré que hubo un accidente que resultó ser ocasionado por mi inconsciencia en aquél momento, lo curioso de éste percance es que la persona afectada llegaría a ser el clavo que sacó a Zoey de mi ser de una vez por todas, pero eso es otra historia.

Entré al minisúper que estaba cruzando la calle y compré otro paquete de cigarros, me sentía enormemente aburrido y mi cuerpo me pesaba, cada paso era un esfuerzo inigualable, el día era nublado y eso no ayudaba en absoluto, pero mi vicio era lo suficientemente intenso como para aventurarme a cruzar aquélla calle. Faltaban un par de meses aún para conocerla, y aunque no lo sabía había un extraño rastro de esperanza en el futuro, algo así como una extraña actitud pesimista que se veía algo opaca en momentos de inspiración de la cual surgieron un par de canciones y escritos viejos que he perdido en algún rincón de mi ajetreada mente. Nunca llegué a entender enteramente cómo funciona la depresión, me parecía algo constante en aquéllos días cuando Zoey me abandonó en mi cama, con el cabello alborotado y las ganas de un sexo desenfrenado que no lográbamos saciar, uno que ahora saciará con alguien nuevo. Pero a pesar de toda esta mierda existencial podía apreciar cada maldita partitura que dejó en un atril, al lado del piano, y tocar una y otra vez, y recordar un par de notas y arreglos en su voz, recostarme en el césped y fumar como desquiciado, pero tan pronto terminaba volvía a mi absurda existencia. Sólo tenía mis libros, un departamento lleno de recuerdos de los cuales huía temeroso, como un niño que le teme a la oscuridad. Siempre me parecieron interesantes las sombras que se formaban en mi cuarto completamente a oscuras, aunque al principio les huía despavorido, con el tiempo me fui acostumbrando a ellas. Eran fieles compañeras nocturnas, y cuando las conocí mejor y dejé de juzgarlas tan cruelmente ellas me contaron historias, susurrándome al oído dulces melodías llenas de ilusión y una incomodidad desvanecida junto con la luz.

Una ocasión bailábamos al ritmo de las gotas de agua que golpeaban a los automóviles estacionados al borde de nuestro parque, ella entonaba una canción de cuna cuya letra no logro recordar, siempre me lo recriminaba, decía que era imposible de olvidar siendo tan pegadiza, sin embargo la olvidé. Cuando paró de llover caminamos empapados alrededor de de un árbol, conversábamos de la vida, jugábamos inocentemente a adivinar nuestro futuro. Ella me habló de su deseo por tener un perro labrador de nombre "Wine" y yo le dije de mis ganas de despertar viendo un mural pintado por ella, entonces dijo que viajaríamos a Italia y quizá a Inglaterra y ya no fumaría para poder costearlo, ahora el humo se ha vuelto una extremidad más de mi cuerpo.





Zoey [...]Where stories live. Discover now