CAPÍTULO 11

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Cada día lo disfrutaba como si fuera el último pero llegó un día que podría ser uno de los peores días de mi vida, por no decir el peor.
Había bajado a la playa con mis amigos, uno de ellos y yo estábamos bastante enfadados por lo que buscábamos fastidiar al otro. Yo le hablé muy mal y él me despreció fuertemente. Llegó un momento en el que íbamos a ir a bañarnos y a él se le ocurre la brillante idea de empujarme. Por culpa de mi falta de fuerza, caigo bruscamente al suelo clavándome varias piedras en la cara profundamente. Empiezan a notar que no me levanto y el chico que me empujó me movió un poco. Rápidamente noto dos derrames en mis ojos y una abertura en mi frente. Él me coge y me lleva rápidamente a los socorristas, de repente noto como todo se vuelve negro y mi respiración se agita. Empiezo a gritar y noto como alguien me inyecta un tranquilizante para dormirme y así poder curarme.
Cuando despierto abro los ojos pero algo va mal, muy mal. Veo todo negro, por más que froto mis ojos no veo nada. Empiezo a gritar otra vez y noto como una voz dulce me tranquiliza, es mi madre que me habla mientras me acaricia el pelo. Me giro pero no consigo ver nada. Con la respiración agitada me dispongo a decirle a mi madre lo que me pasa y ella, acto seguido, rompe en llanto y me dice que desgraciadamente he perdido la vista en ambos ojos a causa de la caída y el contacto con las piedras causaron una grave infección que dañaron la retina.
Noto como una lágrima resbala por mi mejilla, luego otra, y otra...
Acaban de atacar mi punto débil, ahora estoy absolutamente indefensa. No puedo ver, no tengo ninguna visión, no podré visualizar el maravilloso paisaje de la playa, los dulces rostros de mis padres... No puedo evitar echarme a llorar sin consuelo.

¿Karma o destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora