CAPÍTULO 3

369 21 0
                                    

Al día siguiente, nos despertamos todos temprano y nos preparamos para irnos al tanatorio, todos apagados y sin energía alguna. Durante todo el trayecto no se cruzó ninguna palabra, cada uno estaba por su cuenta, pensando en qué íbamos a ver o qué iba a pasar. Yo estaba inquieta, incapaz de dibujar una sonrisa de esas que dicen que son tan bonitas.
Llegamos de primeros por variar. Nos encontramos allí a mi tío Robert hablando con unas personas de las que no tenía el placer de conocer. Únicamente nos saludamos y poco más. Detrás suya se encontraba una puerta con un cartel que decía:
"Marga D. E. P"
Me imaginaba que allí se encontraría su cuerpo guardado en un ataúd rodeado de flores. Sinceramente tenía miedo de entrar, temía ver allí su cara pálida con los ojos cerrados, sabiendo que no me iba a poder controlar. Fue llegando la gente pero no podía ver a la persona que todo el mundo estaba deseando ver, a mi primo.
Viendo como todo el mundo entraba en aquella habitación sentí que se lo debía, que merecía mi respeto y mi amor. Entré con mi hermano y me encontré un ataúd marrón chocolate rodeado de rosas, margaritas... No pude evitar que las lágrimas inundaran mis ojos otra vez, lo que desató una tristeza insaciable que me estaba matando por dentro.
Después de unas cuatro horas allí, tocó la misa. El momento, por una parte, esperado, ya que sería la hora de ver por fin a mi primo. Entramos ordenadamente y nos sentamos en la segunda fila, después de unos pocos minutos apareció mi primo con un jersey rojo y con una camisa, siempre iba muy bien vestido. A lo largo de la ceremonia no le quite los ojos de encima, vigilando que no llorase, a su lado se distinguía a su estirada abuela con una apariencia triunfante ya que había conseguido lo que quería, ya tenía al pequeño para ella sola. Al terminar la misa, fui apresuradamente a abrazar a mi primo con todo mi amor para que notase que estamos con él. Salimos todos y nos empezamos a despedir, de último hablamos con mi primo para decirle que si pasaba algo o simplemente quería hablar que nos llamase.
Al terminar, nos dirigimos al coche con la misma energía que con la que llegamos y nos marchamos a casa. Otra vez, el trayecto fue silencioso y tranquilo. Todos estábamos muy tristes, intentando asumir que ella ya no estaba.

¿Karma o destino?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora